Las argumentaciones de Castro para imputar a la Infanta se basan, principalmente, en el sentido común y en la existencia de una "colaboración silenciosa" entre doña Cristina y su marido al frente de Nóos. Si Iñaki Urdangarin no hubiese sido el esposo de la Infanta, o sea el yerno del exrey, probablemente otro gallo cantaría, hoy, en los corrales de la Zarzuela. Es, precisamente, el vínculo sentimental entre el duque de Palma y su señora, el que sirvió a él y a su socio – Diego Torres – para hacer "negocios de paja" a costa de la Monarquía. Probablemente, doña Cristina se dejó llevar por las brisas del dinero y el talento de su esposo. Probablemente, firmó con la ingenuidad de una niña, los papeles que le ponía encima de la mesa su marido. Ahora bien, lo cierto y verdad, queridísimos lectores, es que si el juez Castro no tuviese indicios jurídicos para imputar y, posiblemente, procesar a Cristina no lo hubiere hecho. No lo hubiere hecho, les decía, porque obrar de tal manera, en la jerga de las togas, se llama "prevaricar". Y no creo, – creemos – que este señor haya prevaricado por una cuestión de narcisismo mediático, como algunos medios han subrayado.
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