Nunca me ha gustado esgrimir como argumento para no votar al Partido Popular su corrupción. No porque la corrupción no me parezca grave, sino porque la política se fundamenta y legitima en mejorar la vida de la gente y centrarnos en la corrupción política como criterio de elección fundamenta y legitima la política en la vida privada de las y los parlamentarios. Este cambio es importante por dos motivos.

En primer lugar, porque un modo de vida ejemplar no cambia la vida de la gente. Por ello, valorar en exceso la vida privada de nuestros representantes, llevará inexorablemente a que el poder legislativo y ejecutivo esté copado de íntegras personas, seguramente moralistas, incapaces de mejorar la vida de la gente que es, en definitiva, de lo que trata la política. Aun recuerdo un video de un ‘lord’ y ex ministro británico que dimitió tremendamente afligido por haber llegado dos minutos tarde. No me gusta esa política, no me gustaría perder a gente capaz por una chorrada similar.

En segundo lugar, si una persona quiere tener éxito político parece lógico que dé a entender a la ciudadanía que, al contrario que sus adversarios políticos, tiene aquello que la gente más valora. Por este motivo, si seguimos por este sendero tarde o temprano el criterio de enjuiciamiento de un político será su vida privada, sin tener en cuenta cómo desempeña su función y esto va a provocar que los políticos se dediquen más a ser moralmente pulcros que a mejorar la vida de la gente, siendo el mejor político quien más deje violar su intimidad para demostrar transparencia y limpieza.  De la misma forma, la gente, creyendo que la política es su problema en lugar de su herramienta para resolver sus problemas, votará en base a la vida privada de sus dirigentes y no en base a su capacidad para mejorar la vida de la gente, provocando que al Gobierno no lleguen aquellas personas más eficaces para lograr este segundo objetivo.

Como consecuencia de ello, el país terminará dirigido por íntegros incompetentes y la vida de la gente, lejos de mejorar, empeorará y el mundo, lejos de ser un lugar cada vez mejor, irá degradándose aun más si cabe.

¿Cómo hemos llegado a este extremo? ¿Dónde cometimos el fallo como humanidad para haber comenzado a recorrer este sendero de autodegradación?  A mi juicio, esta nueva política ha venido de la mano del populismo, y si el populismo tiene un nombre en este país ese nombre es Podemos. Fue Podemos quien desde un principio montó su discurso en criminalizar a la clase política y señalarla como causa de todos nuestros males, siendo necesaria su desaparición, ahora esa demagogia ha evolucionado hasta el punto de crear una política basada en mentir, difamar, exagerar lo máximo posible para desprestigiar a tu adversario político, la presunción de culpabilidad de todo cargo político y la violación de la intimidad como obligación para demostrar transparencia.

La política se rige por la ley de la oferta y la demanda y eso prueba que, si tenemos una política que da asco, es por nuestra culpa. Nosotros nos hemos buscado este sálvame político y es hora de cambiarlo, es hora de volver a la política que me hacía soñar de pequeño con cambiar el mundo, la política que cambie la vida de la gente.