Van saliendo estos días las notas de las Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU), o sea, de la selectividad, y andan los medios y la red facilitando información sobre las notas de corte de las titulaciones de las distintas universidades de cada distrito. Son las notas mínimas que el curso pasado se necesitaron para acceder a cada carrera en concreto, de manera que lo que se publica no es la nota de este curso que viene (que se sabrá cuando termine todo el proceso de matriculación). Sirven, eso sí, para que los estudiantes puedan tener una aproximación sensata de lo que podrían necesitar para estudiar lo que les gustaría.

Si algo selecciona esta selectividad es quién estudia qué según su calificación. La criba está antes y mucho antes: antes, porque en torno a un 50% de los alumnos no aprueba en mayo el 2º curso de bachillerato, y un porcentaje muy elevado necesita al menos tres años -algunos, los cuatro permitidos- para superar los dos cursos; y mucho antes, porque al bachillerato no llegan todos los que abandonan el sistema al terminar -o incluso sin terminar- la ESO. Así que quienes han llegado hasta aquí han hecho un esfuerzo notable.

Este año, sin embargo, hay además otra nota de corte mucho más dramática y dolorosa: la que marca el importe de las matrículas y la dificultad de obtener alguna beca. Esa nota de corte dejará fuera por motivos económicos, y no académicos, a un número que jamás sabremos de alumnos y alumnas mientras que otros, con menos méritos pero con más cash, accederán sin problema. Pero los neoliberales de turno hablan y se llenan la boca hablando de meritocracia, de cultura del esfuerzo, de excelencia. Sería más decente que hablaran a las claras de tener pasta y se dejaran de cuentos.

Jesús Pichel es filósofo y autor del blog Una cuerda tendida