Homo sum, humani nihil a me alienum puto: soy un hombre y nada de lo humano me es ajeno, dijo en el siglo II antes de nuestra era Publio Terencio, probablemente considerando la complejidad y, a la vez, la sandez de la condición humana, sobre todo como grupo o como masa, y quizás considerando también hasta qué punto de inconsciencia la humanidad puede llegar. No es que yo sea una erudita que vaya por la vida soltando latinajos a la primera de cambio; pero cuando estudié latín, que ya tengo bastante olvidado, se me quedó grabada esta antigua locución en la memoria, porque entonces andaba yo pensando y cavilando (aunque eso sea pecado), e intentando entender la humana condición. Y poco a poco creo que lo voy consiguiendo.

En Del sentimiento trágico de la vida (1912), don Miguel de Unamuno trajo a colación esta frase latina, considerando la dificultad de encontrar explicación al ser humano, porque tenía también esa mala costumbre de pensar y de querer entender la vida y a los que la habitan. Me encantaría tenerle ahora cerca para que me diera su opinión sobre el mundo actual, opinión que creo intuir o adivinar. Y es que es fácil dejarse embaucar por ese sentimiento trágico unamuniano cuando se percibe que en lugar de avanzar, retrocedemos, y en lugar de evolucionar, involucionamos; y que lejos de aprender de los errores y las temeridades del pasado, parece que necesitamos como sociedad bañarnos en el estiércol del mimetismo, en la falsa euforia de la sinrazón y en la más supina imbecilidad.

En los últimos tiempos estamos siendo testigos directos de un auge de los fanatismos, de un incremento desbordado de la intolerancia y de la polaridad más radical en los discursos políticos y también, de manera mimética, en los esquemas ideológicos de la sociedad. Los buenos y los malos, lo blanco y lo negro, los nuestros o los otros, que son enemigos a batir, en principio sólo de manera dialéctica y desbocada, y después ya se verá; porque recordemos que estos excesos ideológicos, además de ser una herramienta sectaria,  son casi siempre la antesala de los hechos más terribles de la historia: nuestra guerra civil, por ejemplo.

Cuando escucho a las derechas, tanto a las más como a las menos extremas, fanatizar a la masa acrítica con ese discurso manipulador y canalla de “que vienen los comunistas”, no puedo evitar que me venga a la mente el mismo tipo de discurso que hace décadas se traían otros, cuando nombraban a los demócratas, progresistas y gentes de izquierdas como “rojos asesinos”, para justificar su persecución y su posterior exterminio. Es el mismo esquema repugnante. Quien lea un poco de historia del siglo XX español, de fuente imparcial, por supuesto, lo sabe muy bien.

Parece que todo ese odio que se respira en el ambiente, que es producto de una propaganda inclemente y de la manipulación planificada, haya sido vertido en los últimos meses especialmente contra un solo hombre que ha servido de principal diana de los dardos envenenados de los voraces y de sus seguidores acérrimos; me refiero a Pablo Iglesias. Por fin han acabado con él. Era de esperar. Tanto bulo, tanta difamación y tantas injurias, tanto Venezuela, Cuba, tanto “comunismo”, tanto “el coletas” finalmente han conseguido acabar con un político que nos era necesario en el espectro ideológico de los que se dedican a gestionar lo público. Porque ¿qué sería de este país sin políticos progresistas? Una dictadura.   

Han conseguido aplastar a quien ha luchado, peor o mejor, por la justicia social, por poner freno a la depravación antidemocrática neoliberal, por traer un poco de socialdemocracia a nuestras vidas. Le llaman radical por ser socialdemócrata; así nos va en este país. Y así de estúpida puede llegar a ser la especie humana. Como el rebaño que acaba despeñándose por el precipicio por seguirse los unos a los otros sin parar un momento a pensar.

Mi abuelo materno, licenciado en Filosofía y Letras y también muy aficionado, como Unamuno, a eso de pensar, solía decir “cuán osada es la ignorancia”; y creo que, según pasa el tiempo, voy entendiendo cada día más esa reflexión que otorga explicación a muchas circunstancias, de todo tipo, que nos rodean. Y así vamos viviendo, inmersos en un mar de ignorancias, de falsedades y de infamias que nos sitúan en un mundo falso construido a medida de los que las generan y las difunden;  un mundo psicopático en el que gana el que más manipula, más difama y más miente.

Y acaban consiguiendo que se considere y se llame “comunismo” a la socialdemocracia, y “radical” o “extremista” a quien defiende la democracia, es decir, los derechos de todos. Y se distorsionan los significados de algunas palabras hasta el punto de que, como ya predijo Georges Orwell, el fascismo, de manera canalla y falaz, se apropia del concepto de libertad, con el que en realidad se refiere a “abuso” y “privilegio”.