La semana pasada, en el marco del Festival Centroamérica Cuenta que dirige el escritor y Premio Cervantes de las Letras Sergio Ramírez, en el emblemático edificio palaciego de la Casa de América, se entregaba el XXXVIII Premio Hiperión de Poesía Joven. Han tenido que pasar casi cuarenta años para que se alce con el premio por primera vez, un poeta nicaragüense. Su nombre William Alexander González Guevara, y a pesar de su aristocrática nomenclatura, nada más lejos de su realidad biográfica y la verdad poética que refleja su obra. El magnífico libro premiado tiene el nombre de “Inmigrantes de Segunda”, y convierte en poesía una realidad tan dura y prosaica como la suya, exiliado de su Nicaragua natal con sus hermanos y su madre, expatriado, desenraizado y viviendo una nueva realidad que está muy lejos de ser lírica. Su cotidianidad, reflejada en sus versos, es también la de muchos que como él, vienen a España, y a una Europa que, ahora, no tiene sitio para ellos, como vemos en los noticieros todos los días, en las vociferantes bocas de la actual Presidenta del Consejo de Ministros de Italia, Giorgia Meloni, o apoyada por una exacerbada Úrsula Von der Layen, Presidenta de la Comisión europea, que recuerda a otros tiempos en una Alemania que imponía un ideal ario y contra los que no fueran centroeuropeos. Nadie deja su país por capricho. Europa, y España en particular, tiene muy mala memoria. Olvida cómo, en el contexto de las Grandes Guerras, hubo movimientos migratorios forzosos, por cuestión de vida o muerte, y cómo después el hambre de las posguerras diversas también obligó a esas migraciones. España no recuerda cómo, tras la Guerra Civil, muchos fueron a Francia o Alemania, o a las entonces riquísimas Venezuela, México o argentina, que tanta hambre quitó en nuestro país con divisas, y también con cereal y carnes. No, ahora no recordamos nuestra historia reciente, y miramos con desconfianza a quienes buscan vivir, y enriquecen nuestra cultura y país con las suyas.

William González, el joven y ya gran poeta, decía en su discurso de agradecimiento: “Por motivos de la vida tuve que dejar mi país; Nicaragua. Desde entonces, está dentro de mí. Resguardado en los versos de Cardenal, Claribel, José Coronel Urtecho, Daisy Zamora, Alfonso Cortés y tantos poetas que me acompañaron en mi soledad de niño inmigrante. Madrid me acogió con sus brazos abiertos. Carabanchel, mi barrio querido, obrero, humilde y solidario me abrazó a pesar de mi actitud reacia y cierto rechazo por mi sentir nostálgico managüense. Un desgarro en el pecho que aún resguardo, porque sí. No volvemos a ser los mismos desde que dejamos nuestra patria madre.” Hay en él nostalgia, sí, pero también agradecimiento, que nos devuelve en forma de literatura de una altura poco común y menos en alguien tan joven.  Añade en su declaración: “digo patria madre, porque hoy en día me siento nicaragüense y español a partes iguales. Nicaragüense y español de literatura. De sus tradiciones y de su riqueza lingüística. Ambas literaturas han sido mi padre y mi madre. Me he instruido de ellas y me han educado. Nicaragüense y español como Darío y Lorca. Nicaragüense y español como Joaquín Pasos y Francisca Aguirre, pues como escribió esta última: «Decir adiós quiere decir tan poco. / Adiós dijimos a la infancia / y vino detrás nuestro como un perro / rastreando nuestros pasos».  Atravesamos tiempos bruscos, donde vocablos tan simples como “Inmigrante” pueden causar estragos, problemas dependiendo de quien lo pronuncie. Habitamos un cosmos donde la palabra “patria” puede resultar peligrosa o dañina. Dulce o agridulce. Un mundo que dependiendo del ojo que lo aprecie, las fronteras pueden ser un problema o simplemente una separación entre culturas y costumbres. Y quizá la poesía se creó para eso; para que no haya fronteras al menos literarias, pues no hay mayor error que ponerle límites a la palabra.” La poesía de William González es más un poesía cívica, comprometida, verdadera, palabra en el tiempo machadiana, que poesía social, aunque toque temas sociales y tan candentes. No lo hace desde el atril panfletario de un discurso político, sino desde la verdad vivida y convertida en palabra poética. Aún así, el autor declara: “Este libro es un homenaje a ellas. A las empleadas del hogar latinoamericanas como mi madre, que en la mayoría de las ocasiones, han visto malmatados sus derechos. Que llevan años y años sufriendo en silencio, siendo las invisibles del sector laboral. Sin embargo, sigue habiendo un sitio en mi poética para la marginalidad de los barrios, esos que están lejos del ojo ostentoso de lo central, del Madrid turístico. Porque no hay nada de lo que me sienta más orgulloso. Insisto, NADA, que jóvenes de zonas marginales de Madrid. De las profundidades de Carabanchel, Orcasitas, Villaverde, me confiesen que llevaban mucho tiempo sin leer un libro y que el mío lo leyeron hasta incluso llorar de la emoción. Para mí ese es el mayor premio. Que me lean chicos crecidos en lugares, donde no llegan libros (por muy surrealista que parezca), donde la literatura se ve como algo “elitista”, de “señores sabios y sabelotodo”, de “hombres que hablan de la vida como si todos hubiésemos vivido la misma”.    Inmigrantes de segunda es la voz de los que tienen voz, pero no porque yo se las haya dado con mis versos; no. Sino porque la sociedad los ignora y les impide ser escuchados. Aquí en Inmigrantes de segunda, la poesía hace de bálsamo. Aquí en Inmigrantes de segunda trato de plasmar la incertidumbre de tantas mujeres y jóvenes, que considero que se merecen un lugar en la literatura y que a veces se les niega.” La poesía de este joven maestro hispanoamericano es un monumento a la belleza de la verdad. Un autor que sabe del dolor, de la soledad, de ser tratado como un extraño y que se hace fuerte en sus fragilidades por el poder del idioma común, de la poesía. Así, en el Palacio de Linares, en la Casa de América, William Alexander González Guevara, ha recibido un importante premio que lo distingue y nos obliga a ser mejores, porque él nos ha dado una lección de verdad y talento, el regalo de un libro imprescindible en español. Lo escribí en uno de mis poemas, y se lo regalo, humildemente a este escritor: “porque un príncipe es siempre un príncipe”, y él lo entenderá bien, viniendo de un país que ya nos regaló, hace más de un siglo, a Rubén Darío, “príncipe de las letras castellanas”. Salve poeta.