El agua, su falta, es el problema más importante de Andalucía, pero no ha importado nada en la campaña para las elecciones del pasado 19 de junio. No ha protagonizado ningún debate y pocos de los contendientes lo han aireado en sus mítines. Los ganadores, el PP y el extinto socio de coalición Ciudadanos, no querían aguar su relato con problemas reales no resueltos. A la extrema derecha de Vox solo le interesaban las estridencias planificadas y programadas que su candidata Olona soltaba a diario para tapar su falta de programa.

La izquierda ha tocado el tema de pasada con referencias al proyecto de legalización de los regadíos ilegales en el entorno de Doñana, en el que el Partido Popular estaba empeñado, y como uno más de los problemas del cambio climático en nuestra comunidad autónoma.

La prensa escrita andaluza, dependiente de la publicidad institucional, tampoco ha querido nombrar a la verdadera “bicha” que no es otra que la sequía que padecemos de manera pertinaz. 

Incluso en Sevilla, el alcalde, ha dejado para después del 19 J su bando sobre la sequía publicado el 24 de junio de 2022 y en el que pide que “hagamos un uso racional de un bien que en estos momentos es más escaso que nunca, como es el agua”.

Tertulianos y analistas han señalado que la campaña electoral ha sido educada, comedida, tranquila, de perfil bajo; que los candidatos y las candidatas no han querido ofender salvo la excepción ultraderechista. Sí, se han descafeinado los relatos hasta buscar la interlocución imposible con la vaca.

La coartada para tanta inanidad ha sido que la pandemia nos ha dejado exhaustos, cansados de desgracias, que no estábamos para enfrentarnos a la cruda realidad. En este contexto, los maquilladores de lo real se han empleado a fondo y hasta los mensajes han resultado anodinos (Andalucía avanza) u obvios (Si votamos, ganamos).

La falta de agua ya golpea nuestro modelo productivo, basado en la agricultura y la ganadería intensivas. En los pueblos y en las ciudades las restricciones ya están en marcha. Estamos a menos de un año de las elecciones municipales y lo que hay que debatir es cómo evitar el colapso que se nos avecina. No hay más remedio que ser aguafiestas para no ser cómplices del desastre.