De vez en cuando –más de lo que quisiera– me encuentro gente obstinada en negar la brecha salarial. De un modo un tanto simplón, afirman que a ninguna mujer le pagan menos que a un hombre por el mismo trabajo. Yo siempre respondo que no es tan sencillo, porque no se trata de que en un contrato se diga abiertamente que se paga menos por ser mujer o más por ser hombre, sino que hay circunstancias, como la conciliación, la discriminación encubierta por poder quedar embarazada u otras que hacen que, de tapadillo, el resultado sea ese aunque no conste en ningún documento. Y no sé si habré convencido a alguien con ese argumento, pero yo lo tenía claro.

Sin embargo, estos días le di una vuelta más al asunto a raíz de una noticia. La selección estadounidense de fútbol femenino va a cobrar lo mismo que sus compañeros varones. Y una piensa que está muy bien, que por fin se nos reconoce y que ya era hora. Faltaría más.

Estamos en pleno siglo XXI y no nos habíamos parado a pensar que sí que hay trabajos donde por hacer exactamente lo mismo los sueldos median un abismo. El fútbol es uno de ellos, y algo parecido pasa en el resto de deportes, aunque las cantidades que se ventilan no sean tan exorbitantemente obscenas. Muy pocas mujeres pueden permitirse vivir del fútbol, con alguna excepción en los últimos tiempos. Mientras que son muchos los hombres que, sin ser estrellas fulgurantes, viven de ello. Nuestras patadas cotizan a la baja y nuestros goles tienen mucho menos valor. Y eso no debería poder consentirse.

Me alegro mucho del logro de las futbolistas americanas, pero sería hora de que esto no fuera noticia, que la excepción se convirtiera en regla. Por eso la noticia me hizo pensar que, por el contrario de lo que creemos, la brecha salarial existe y la tenemos delante de nuestras narices, aunque seamos incapaces de verla.

Como decía, celebro la noticia, pero más lo celebraría si algo así no fuera noticia, si cundiera el ejemplo y el hecho de poder ser madres o tener la regla no nos convirtiera en trabajadoras menos deseadas. Lo acabamos de ver con las reticencias en torno a la medida de las bajas por menstruaciones dolorosas, respecto a la cual hay quien insinúa poco menos que van a ser un coladero para escaquearse que va a poner en guardia a los empresarios.

Ya está bien de que ser mujer nos convierta en sospechosas. Aunque tengamos que ganarnos la igualdad a patadas. Como siempre hemos hecho.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora
(@gisb_sus)