Hybris es una palabra bonita, elegante, eufónica, que parece prometer un perfume femenino, el que usan las gildas que te quitan el hipo y la cartera, o sugerir incluso un mar saltarín de delfines. Hybris podría ser también la marca de un coche lulú para las universitarias de Serrano que estudiarán empresariales en el manual que escribirá Ana Botella después de haber sido absuelta por el Tribunal de Cuentas de las acusaciones de haber vendido pisos sociales a fondos buitre.

Ana Botella, dignísima, ufana y señorona, se va rosáceamente de rositas con la nariz de cuervo bien alta y mucho taconeo de marquesa apócrifa. Claro que yo soy de los que piensan que la justicia es igual para todos, faltaría más, y seguro que en la sentencia no ha influido que el Tribunal de Cuentas esté controlado por nepotes del PP. Ni que una consejera que vio en la botellísima doña Ana a la Inmaculada Concepción fuera ministra de Aznar. Qué va. Pura coincidencia. Solo esos rojeras distinguen mala fe donde todo es cristalino como el agua del Manzanares, sobre todo a su paso fecal por Getafe.

Pues bien, tras la sentencia clara y el pucherazo espeso, doña Anita ofrecía una sonrisa más desbordada de dientes que nunca a las nikon de la agencia Efe. Y también a Martínez-Almeida, el chico de los recados de Esperanza Aguirre, que ya ha anunciado que él, niño respetuoso e inocente, no recurrirá la sentencia al Tribunal Supremo. Se conoce que para no cargar más de trabajo a los jueces.

Volviendo al asunto de la hybris, aclaremos que no es un perfume ni un coche. Tampoco el nombre de caniche con que Ana Botella llama en la intimidad a su señor marido, a quien dicen las malas lenguas que se le están resecando las pestañas de tanto leer La pell de brau, de Salvador Espriu, en catalán, por supuesto, pues Josemari nunca sintió empacho en pactar con pujoles, nacionalistas y santjordis, aunque a Casado se le olvide.

Hybris, en fin, es un término griego que significa desmesura, orgullo, arrogancia, soberbia. Algo que los dioses condenaban severamente, pues la hybris amenazaba el equilibrio, el orden natural de las cosas. Si Yahvé castigó a aquellos dos nudistas vegetarianos que se entretenían viendo cómo una serpiente parlanchina hacía pole dance en el árbol del bien y del mal, fue porque quisieron igualarse a Dios. O sea, que, traducido al griego para mayor claridad, cometieron el pecado de hybris.

Pero hace tiempo que los dioses dejaron vacíos los templos, quizá aburridos del olor a choto quemado de las hecatombes, asustados por las hordas de turistas en chancletas o, más probable aún, hartos de la monótona estupidez humana. El Dios judeocristiano, por su parte, murió más o menos en la página setenta y dos de La gaya ciencia de Nietzsche, y la hybris, sin control, se multiplicó por el ancho mundo.

Lo importante es exacerbar a la jarca, insuflar odio en el corazón populista del pueblo, remover el río y sacar votos como peces

Después de algún caso nacional que recordar no quiero, Trump constituye uno de los ejemplos más acabados de orgullo, imbecilidad y desmesura. O sea, de la hybris. Protegiéndose detrás de esa mirada suya extrañísima, como la de un conejo albino y un alien con cataratas, Trump pidió con una voz gangosa de sinusitis racista que cuatro políticas demócratas —Alexandria Ocasio-Cortez, Ayanna Pressley, Rashida Tlaib y Ilhan Omar— se marcharan de los EE.UU. El tonto a plazo fijo de la Casa Blanca no se olvidaba de que tres de ellas, como Springsteen y los Levi’s, también son born in the USA. Y la que no tiene nacionalidad norteamericana. Pero a quién le importa la verdad, la más humilde y elemental verdad. Lo importante es exacerbar a la jarca, más o menos como hace Vox en el corral ibérico, insuflar odio en el corazón populista del pueblo, remover el río y sacar votos como peces. Muchos. Cuantos más, mejor.

Y otros dos que están jugueteando al borde del precipicio de la hybris son Sánchez e Iglesias. A cada cual más insensato, ambos se han convertido en motivo de vergüenza de los millones de españoles que les votaron. Lo de estos Epi y Blas es la eterna y estúpida disputa de los partidos de izquierdas. Seducido por los cantos de sirena del CIS, Sánchez está convencido de que obtendría una mayoría aplastante en el caso de unas hipotéticas nuevas elecciones, y parece que hacia las urnas vamos a ir después de las cervecitas de agosto y el sol pachanguero de Ibiza. Y, sobre todo, después del bravucón corte de mangas al PSOE de la diputada podemita en La Rioja. Solo falta que se repita lo mismo en Navarra y Aragón.

Señor Sánchez, no se fíe usted de los idus de marzo ni del CIS. Y sea práctico. Lo mismo usted, señor Iglesias. ¿No se dan cuenta de que están creando una enorme desconfianza en los ciudadanos y un principio de guerra civil en la izquierda? Señor Sánchez, plante los pies en el suelo. Señor Iglesias, baje de las nubes. Con su estúpida hybris de niños mimados, aparte de ponerse en ridículo, le están haciendo el juego a la derecha. Lleguen a un acuerdo de una vez. O lloren las consecuencias.