El 27 de enero celebrábamos el Día Internacional de conmemoración en memoria de las víctimas del Holocausto, una fecha elegida por ser el aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau en 1945.

En estos días, vuelven a verse las imágenes de entonces, y vuelven a ponerse los pelos de punta. La maldad humana llevada al límite, para llevar el sufrimiento al otro límite. Algo que parecía que todo el mundo conocía y condenaba desde hacía mucho, pero que no está tan claro en los últimos tiempos.

Yo fui consciente por vez primera de aquel horror cuando, siendo una niña, Televisión Española -la única entonces- emitió una serie llamada “Holocausto”, que me impresionó hasta decir basta. Luego han sido muchas las películas, libros y series que he visto sobre el tema, pero ninguna me volvió a causar esa sensación, un bautismo de espanto. Y eso que reconozco que he visto La lista de Schindler, una de mis películas favoritas, más de veinte veces y sigo emocionándome cada vez y descubriendo nuevas cosas.

Pero temo que a las nuevas generaciones no hemos sabido trasmitirles la realidad de aquello. Que se han acostumbrado a ver esas imágenes como si de una película se tratara, como si no fuera algo real y, lo peor de todo, como si fuera solo cosa del pasado. Y eso es, precisamente, lo que me preocupa. Que no sean conscientes de que el peligro está ahí, que sigue existiendo, quizás porque nunca se fue.

Dice una conocida frase, atribuida a Napoleón aunque parece que se debió en primera instancia al filósofo español Ruiz de Santayana, que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Y solo pensar que aquello pudiera volver a ocurrir es para no pegar ojo.

Lo bien cierto es que la eclosión de la ultraderecha y de los grupos neonazis, que no tienen ningún empacho en mostrar los emblemas que utilizaban en el nazismo y su mismo nivel de intolerancia, dan miedo, mucho miedo. Por más que me estruje el cerebro, no soy capaz de comprender cómo en una cabeza pueden tener sitio unas ideas que generaron tanto dolor y tanto horror. No sé qué puede pasar por una mente que jalee todo eso.

Lo que sí sé es que no podemos permanecer ajenos. No podemos olvidar todo aquello, ni dejar de mostrarlo, ni siquiera con la excusa de evitar sufrimientos. Hemos de ser conscientes de que la semilla del odio está ahí, y que tanto crece si la riegan como si el agua cae de cualquier sitio y no se evita.