Asegura el Diccionario de la Real Academia, cuyos miembros  han estado atareados con el informe pedido por la vicepresidenta Carmen Calvo sobre la necesidad de revisar el lenguaje de la Constitución Española por cuestiones de género, que “golpismo” es la “actitud favorable al golpe de Estado”, o en su segunda acepción , “Actividad de los golpistas”. Comienzo con estas definiciones porque, de la misma manera que se invoca a la carta Magna como garantía de nuestra democracia, está bien que a los ciudadanos en general, y a los políticos en particular, se les exija un poco más de rigor al usar, y no degradar, el lenguaje.

Hemos oído, y seguimos haciéndolo, hasta la náusea, de los dirigentes del PP, de Ciudadanos y en especial de Vox, como se llamaba “golpistas” a los independentistas catalanes, y como se reiteraba el argumento de que estaban dando “un golpe de Estado” con la consulta ilegal de octubre, sus manifestaciones y demás folklore nacionalista. Si somos serios, hay que decir que, hasta el momento, junto con los legítimos -que no legales ni constitucionales salvo que se cambie- deseos de autodeterminación de parte de la sociedad catalana, lo que se ha producido en Cataluña han sido altercados más o menos violentos, consultas ilegales, y delitos contra el orden público, de desobediencia, sedición, malversación de caudales públicos, entre otros, pero no de golpe de Estado, por lo que en este país ya están en la calle hasta los que sí lo dieron  un 23 de febrero. No quito gravedad a dichos delitos, por los que están prófugos de la justicia, condenados, encarcelados o en espera de juicio, muchos de los protagonistas, desde Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Jordi Turull, Carme Forcadell o Joaquim Form, a la espera de lo que determinen los jueces tras la inhabilitación pedida por la Junta Electoral Central sobre el actual presidente de la Generalidad catalana, Quim Torra.  Lo que resulta inadmisible es que, partidos que se proclaman constitucionalistas, y se erigen como salvaguardas de la patria, además de votar junto con la CUP, contra el candidato designado por el rey y jefe del Estado español, y fuerza más votada en las dos últimas elecciones, se conjuren para deslegitimar lo que las urnas y el jefe del Estado han rubricado.  El líder del PP, Pablo Casado, llegó a calificar el recién investido gobierno de Pedro Sánchez como una “Estafa”, en una peligrosa insinuación de fraude de ley que debería explicar o retirar.

En la misma línea seguidista de la derecha, Inés Arrimadas, en una sobreactuada interpretación en sus momentos finales de capitana del Titanic, perdón, de Ciudadanos, aseguró: “se ha consumado la infamia del sanchismo. Es capaz  de cualquier cosa, no tiene principios, ni escrúpulos, ni palabra”. Muestra evidente que, a pesar de lo que se ha dicho, el partido que pudo ser, va camino, de desaparecer sin que su interventora ni sus protagonistas, los que quedan, se enteren.

Como no podía ser de otra forma, quien ha tomado el papel, ya sin caretas de golpistas dentro de las instituciones, son los representantes de Vox. Los que lanzaban durante la investidura salvas y vivas a España y al rey Felipe VI, que como jefe del Estado español sanciona con su firma el gobierno actual,  ponen en peligro el país y a su más alto funcionario coronado, y desautorizan y desobedecen lo que la Constitución, que tanto invocan, exige. Santiago Abascal, líder de la formación ya ha dejado clara su posición contra el gobierno de coalición asegurando que  es “una declaración de guerra política contra muchísimos españoles” y ha asegurado que les “combatirá total y frontalmente”. Ya el lenguaje en sí, como todo su discurso, no sólo es reaccionario, sino que nos retrotrae a la dialéctica de los golpistas que se alzaron contra el gobierno legítimo y democráticamente constituido de la Segunda República española, que trajo, además de una guerra cruenta y miles de muertos, la miseria y la dictadura que domeñó  nuestro país durante décadas. Queda clara pues la España por la que suspiran Abascal y sus manifestantes, contra el gobierno legítima y democráticamente constituido hoy. Queda claro quien lleva también, en su discurso y su adn ideológico, el golpismo. Una vez más los que se envuelven en las banderas, creyéndose que son suyas, quieren convertirlas en mortajas para los que  no comulguen con sus ruedas de molino.