Con la reforma educativa de la Ley Wert, LOMCE, el estudio de la filosofía para los alumnos españoles ha quedado reducido a su expresión mínima, y, además, a una asignatura opcional, no obligatoria. Es decir, a los jóvenes españoles no se les enseña a pensar. Así de claro y así de duro, además de un verdadero atentado contra la libertad de pensamiento, y, por extensión, contra la democracia, porque democracia y libertad de pensamiento son conceptos indisolubles.

Aprender a pensar es,o debería ser, el objetivo principal de todo sistema educativo. Decía Paulo Freire que luchaba por una Educación que nos enseñe a pensar y no por una Educación que nos enseñe a obedecer. Conciencia crítica, ése es el objetivo de la didáctica de la Filosofía; y está muy claro que algunos ponen mucho interés en alejarnos de ella, en impedir el criticismo y en fomentar, en consecuencia, la ignorancia, la inacción y el idiotismo.

Todos los que hicieron, como es mi caso, el BUP y el COU, tuvimos la suerte de estudiar Filosofía como asignatura obligatoria en los últimos cursos de enseñanzas medias. Y dentro de la asignatura teníamos varios temas dedicados a la Lógica, ciencia ligada tanto a la filosofía como a las matemáticas, que estudia la estructura y las formas del pensamiento humano con el fin de conseguir leyes y principios que aseguren los criterios de verdad; así como identificar todas las formas falsas o distorsiones de pensamiento o de falacias lingüísticas que falsean y tergiversan el pensamiento y el lenguaje humanos. Estudiando Lógica se aprende a identificar los razonamientos engañosos con apariencia de correctos, así como muchos errores de comprensión y de construcción del pensamiento de múltiples argumentos que nos rodean. Porque, a decir verdad, estamos rodeados de proposiciones argumentativas falsas y de cientos de falacias lógicas, es decir, de mentiras; algunas seculares y comúnmente tenidas como certezas.

Un ejemplo muy gráfico de argumento engañoso sería, tomando como ejemplo las falacias denominadas “ad ignorantiam”, que dan por hecho la veracidad de un concepto por el simple hecho de que no se puede demostrar su falsedad, la idea del monstruo del Lago Ness, o del meme del “Espagetti volador,  creador del mundo”. Como no se puede demostrar que no existen, miles de personas creen que son entes reales. Y si pensamos en la trascendencia de esta falacia para la humanidad en toda su historia, nos puede dar un pasmo, o, como poco, mucho vértigo.

En los últimos días, leyendo las noticias de actualidad, he sentido un poco de ese mismo vértigo en alguna ocasión. Una de ellas en referencia a unas declaraciones de Gabriel Rufián, apelando a la lógica más elemental en un tuit que publicó sobre la batida de un musulmán que entró armado en una comisaría de Barcelona al grito de “Alá es grande”. En ese tuit Rufián escribía “Terrorista si es musulmán, enfermo mental si es católico”, denunciando un doble rasero y una total subjetividad de muchos a la hora de cuestionar las ideas, creencias o actuaciones propias y las ajenas. Por descontado, esas palabras han generado una intensa polémica en la red social que no le ha dejado muy bien parado al diputado de ERC.

No le falta razón a Rufián. Es obvio que muchos son capaces de percibir los perjuicios de otra religión, pero incapaz de percibirlos en la propia. Se percatan del terrorismo fruto del fundamentalismo musulmán pero eluden percibir el que es producto del fundamentalismo propio. Critican el burka musulman y obvian los hábitos de monja cristianos. Arremeten contra el machismo del Islam sin percibir el machismo que emana de la religión cristiana. Identifican el fanatismo y la irracionalidad que promueve el Islam y no lo hacen con el fanatismo que proviene de las propias creencias.

Todo ello es, en realidad, sectarismo; sectarismo propio de quienes son incapaces de pensar con objetividad, de salir y mirar el todo desde afuera; sectarismo propio de quienes son expertos en criticar lo ajeno y son absolutamente impedidos para mirar con objetividad lo propio, quizás por miedo a encontrarse peor de lo mismo. Habida cuenta de que no es válida ninguna crítica que no haya pasado  previamente por el tamiz de la autocrítica. Aunque, como decía el gran Bertrand Russell, muchos prefieren morir antes que pensar, y de hecho lo hacen. Y eso es, en el fondo, la raíz de todo fanatismo. Y  algunos dicen que no sirve para nada la filosofía.