Felix Baumgartner saltó porque podía. Porque sabía que podía, mejor dicho, y se lo demostró a él mismo y a toda la humanidad. Y el próximo deberá ir más alto, más rápido... Siempre ha sido así, y debemos reflexionar sobre el momento en el que nos detuvimos, paramos máquinas, y olvidamos mirar hacia las estrellas. ¿Cuándo dejamos de emocionarnos con una proeza semejante y pasamos a hablar del dinero que costaba? ¿Se imaginan a nuestros padres echando cuentas sobre el presupuesto para ver a Neil Armstrong pisar la Luna? No sé si estamos ante un pijo aburrido, como denominaba un buen amigo en las redes sociales a Felix Baumgartner. Lo que sé es que millones de personas alrededor del mundo conteníamos la respiración mientras su caída parecía descontrolada. Unidos, a través de la televisión e Internet. Seguramente cosas más complicadas e importantes acechan nuestras vidas. Es cierto. Pero la inspiración que estos pioneros nos transmiten tiene que convertirse en un elemento de ánimo para ese salto al vacío que es cada nuevo día para muchas personas a lo largo y ancho de todo el planeta. No rendirnos, cada uno en nuestras metas y objetivos cotidianos, como no se rinden los que siguen mirando a las estrellas en nuestro nombre, en estos tiempos tan complicados para cualquier cosa que suene a sueño. El día que abandonemos ese espíritu, que no nos emocione cada paso que damos para superarnos, ya sea en la estratosfera o en el trabajo, nos convertiremos en máquinas. Es lo que algunos quieren. No cedamos también esa parcela de nuestra humanidad, para terminar convirtiendo el mundo en un lugar dominado por los números, métricas y cualquier otro parámetro medible en términos de rentabilidad. Hay algo más, y descubrirlo es una tarea que solo nos corresponde a nosotros.
Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin