Estamos en la dialéctica de la depresión, y hemos entrado en esta fase casi sin darnos cuenta. Seguramente tras años de disgustos económicos y políticos - no toda la culpa es nuestra -, aunque eso no nos puede servir como excusa para abandonarnos al mismo materialismo que criticamos. No podemos especular con nuestras más primitivas esencias. Con eso que los filósofos tratan de acotar para definir la condición humana. Avanzar, simplemente por el simple hecho de descubrir que hay tras la montaña, o más allá de toda esa extensión azul hasta donde alcanza la vista al mirar al mar. Siempre hemos progresado cuando nuestro espíritu emprendedor ha primado sobre otros más conservadores. Solo hay que recordar nuestra historia para comprobarlo, pero simplemente hay que echar la vista atrás un poco menos para darnos cuenta de que no estamos a la altura de las capacidades que se nos suponen.

Felix Baumgartner saltó porque podía. Porque sabía que podía, mejor dicho, y se lo demostró a él mismo y a toda la humanidad. Y el próximo deberá ir más alto, más rápido... Siempre ha sido así, y debemos reflexionar sobre el momento en el que nos detuvimos, paramos máquinas, y olvidamos mirar hacia las estrellas. ¿Cuándo dejamos de emocionarnos con una proeza semejante y pasamos a hablar del dinero que costaba? ¿Se imaginan a nuestros padres echando cuentas sobre el presupuesto para ver a Neil Armstrong pisar la Luna? No sé si estamos ante un pijo aburrido, como denominaba un buen amigo en las redes sociales a Felix Baumgartner. Lo que sé es que millones de personas alrededor del mundo conteníamos la respiración mientras su caída parecía descontrolada. Unidos, a través de la televisión e Internet. Seguramente cosas más complicadas e importantes acechan nuestras vidas. Es cierto. Pero la inspiración que estos pioneros nos transmiten tiene que convertirse en un elemento de ánimo para ese salto al vacío que es cada nuevo día para muchas personas a lo largo y ancho de todo el planeta. No rendirnos, cada uno en nuestras metas y objetivos cotidianos, como no se rinden los que siguen mirando a las estrellas en nuestro nombre, en estos tiempos tan complicados para cualquier cosa que suene a sueño. El día que abandonemos ese espíritu, que no nos emocione cada paso que damos para superarnos, ya sea en la estratosfera o en el trabajo, nos convertiremos en máquinas. Es lo que algunos quieren. No cedamos también esa parcela de nuestra humanidad, para terminar convirtiendo el mundo en un lugar dominado por los números, métricas y cualquier otro parámetro medible en términos de rentabilidad. Hay algo más, y descubrirlo es una tarea que solo nos corresponde a nosotros.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin