Si es que tenía que ocurrir. Tantos años de aparentar estados de asombro o de escándalo ante la corrupción del PP en la Comunidad Autónoma de Madrid, de la que fuera su presidenta entre los años 2004 y 2016, tenía que acabar así. Porque mientras ella decía estar en Babia, sus más próximos en el gobierno, e incluso en el partido, iban cayendo como moscas en las redes de la Justicia. Esperanza Aguirre, la lideresa por excelencia, tendrá que acudir ahora ante el juez en calidad de investigada por el caso de corrupción denominado Púnica, porque el magistrado Manuel García Castellón, ve indicios -apuntados por la Fiscalía - de que presuntamente supervisaba la caja B del PP madrileño. Con ella se sentará en el banquillo otra expresidenta popular, Cristina Cifuentes. Y el juez llamará a otras 40 personas este mes de octubre.

¿Declina la estrella de condesa consorte de Bornos y grande de España que se ha puesto siempre la Comunidad de Madrid por montera, haciendo lo que le ha venido en gana? Ya lo debía estar viendo venir cuando en el mes de marzo, en un informe de la Guardia Civil, se la relacionaba con supuestas maniobras de financiación poco ortodoxas a las campañas para las autonómicas de 2003, 2007 y 2011. Unas elecciones que la llevaron al triunfo con mayoría absoluta.

De lo que se ha podido saber del auto del juez los datos apuntan a que Aguirre pudo idear cómo conseguir recursos para estos actos electorales, y más aún, que en la intención de fortalecer su figura como presidenta de la CAM, supervisaba ella misma las acciones entre sus consejeros más cercanos. La caída en su día, entre otros, de Ignacio González o de Francisco Granados, fue públicamente recibida por Aguirre como algo sorpresivo, que la entristecía, pero también como excepción, como casos aislados en un bosque de altos cargos que eran puros y honestos como ella misma.  Una declaración de cinismo tan evidente como el infinito cinismo que ayer desplegó el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, cuando ante la invitación de Pablo Casado, presidente del PP, para unirse en unas futuras elecciones, soltó una frase épica: “España suma, pero la corrupción resta”. Menuda desfachatez la del líder naranja diciendo tal cosa tras hacer la vista gorda a tantos años de fechorías en la Comunidad de Madrid, entrando en el gobierno del PP y dando la mano a Vox.

La autocrítica, una vez más, brilla por su ausencia en los medios afines a la derechona. El periódico ABC, que hace unos pocos días se regodeaba en los desacuerdos de Pedro Sánchez con sus socios y auguraba que “la izquierda va a palmar”, se lamentaba, más que por la corrupción del PP, por el hecho de que esta se transformara en un arma para la izquierda.

Ahora la lideresa, que ha asegurado que el contenido del auto es completamente falso, está inmersa en su propio laberinto, pacientemente construido con recorridos complejos y retorcidos en busca de una huida permanente. El premio Nobel José Saramago lo explicó muy bien: “Como ya deberíamos saber, la representación más exacta, más precisa, del alma humana es el laberinto. En ella todo es posible”.