Los españoles lo hemos dejado muy claro. No nos gusta la extrema derecha ni nos gustan los toros ni los toreros, que tanto monta. Ninguno de los cuatro toreros presentados en las listas de la derecha (PP y Vox) han conseguido los suficientes votos para ser elegidos diputados. Se diría que ha sido, incluso, un aliciente más en la desbandada general de los ciudadanos hacia la izquierda. Es una buena noticia, porque la psicopatía y la insensibilidad han quedado fuera del Parlamento español, al menos en parte, lo cual, visto lo visto, es toda una alegría.

Abellán se ha quedado a cinco escaños de obtener escaño por Madrid con el PP y Marín se ha quedado a dos escaños de entrar por Barcelona en la lista de Vox. Y tampoco ha conseguido escaño el banderillero Pablo Ciprés, quien encabezaba la lista de Vox por Huesca. No es una casualidad carente de significaco, puesto que ha quedado patente que la sociedad española no es tan lerda como para dejarse engañar y como para no percibir el peligro de una derecha aliada hasta las cejas a la sinrazón y al esperpento. Y ha decidido con sus votos alejarse de la peligrosa extrema derecha tanto como del disparate que idearon de meter en sus listas a personajes obsoletos en el mundo actual que se dedican a torturar y a matar a seres vivos y sintientes por pura obscenidad, sin percatarse de que ya no estamos en la Edad Media. Por pura obscenidad y por dinero, porque el Gobierno español financia anualmente con alrededor de 700 millones de euros las corridas de toros, es decir, las financiamos todos. Que nos cuenten que la tauromaquia no es política.

En una encuesta realizada por la agencia Ipsos Mori en 2016 para la organización World Animal Protection, un 84 por cien de los jóvenes españoles rechazaba la tauromaquia y se mostraba avergonzado de vivir en un país en el que eso formara parte de su “tradición cultural”. Los resultados del sondeo apuntaban también a que sólo el 19 % de los españoles entre 16 y 65 años afirmó apoyar las corridas de toros; de ellos sólo el 7 % de los encuestados entre 16 y 24 años de edad apoyan esta terrible “tradición”, frente al 29 % del grupo de 55 a 65 años. Es decir, el rechazo de la tauromaquia va en aumento. Y va en aumento según también va avanzando la evolución moral de la conciencia social y colectiva.

Este tema para mí es esencial porque hace ya tiempo que comprendí que no somos los reyes de ninguna creación, sino sólo una parte del eslabón de la diversidad de la vida, que no tenemos ningún derecho a creernos superiores a ninguna otra especie, que todos y todo formamos parte de una unidad en la que cada parte es imprescindible; que lo que llamamos moral se extiende no sólo a los seres de nuestra especie, sino a todos los seres que sienten, y entendí hace tiempo que la crueldad y la insensibilidad son política, porque a ciertos sectores del poder tradicional les interesa muchísimo que la sociedad no evolucione, que carezca de compasión y de emociones y que sea insensible; porque una sociedad insensible es una sociedad embrutecida, idiotizada y, por tanto, muy manipulable y fácilmente sometida. Que nos cuenten que la tauromaquia no es política.

 Ayer mismo leía que en España los cazadores dejan morir anualmente alrededor de 50.000 galgos cuando termina la temporada de caza, y casi siempre de manera muy cruel. No es nada extraño en un país, el nuestro, en el que, por obra y gracia de la derecha y su moral tan cristiana, la fiesta nacional es la tortura hasta la muerte de un bóvido indefenso, y en el que se da por llamar “cultura” a la tortura y a la psicopatía más tenaz.

Muy al contrario de todo eso nuestro deber, el deber de todos, es fomentar la empatía, sobre todo a través de la Educación y de la sensibilidad colectiva; desde la idea de que los animales no humanos son también dignos de respeto, de que cualquier forma de vida es digna de respeto en la promoción de actuaciones y de programas educativos dirigidos a la búsqueda de la interacción respetuosa y pacífica entre los animales y los humanos, que son los más animales de todos. Porque es más que evidente la estrecha relación entre la violencia contra los animales y la violencia contra las otras personas.

Por todo ello y por mucho más es una gran alegría no tener como diputados ni representantes públicos a matarifes capaces de torturar y de matar por dinero y diversión. Psicopatía es técnicamente la palabra exacta para definirlo. Y es un motivo de gozo y de orgullo nacional que los españoles hayan rechazado de plano con sus votos a la tauromaquia. Esperamos de los nuevos gestores públicos que tengan en cuenta ese rechazo generalizado tanto como la urgencia moral de dejar de financiar con dinero público esa atrocidad.