Tuve la suerte de conocer al poeta Ernesto Cardenal en Managua, cuando fui a presentar la edición americana de mi novela La Princesa Paca, sobre los amores entre Rubén Darío y Francisca Sánchez del Pozo. Entre la maravillosa y agotadora turné por Nicaragua, le pedí a los amigos que la organizaban con el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, que propiciaran el encuentro con aquellos que, para mí,  eran figuras reverenciadas de las letras como Gioconda Belli, Sergio Ramírez y, por supuesto, el Padre Cardenal. Entre las muchas y enriquecedoras vivencias de aquellos días, el encuentro con el maestro, cuya amistad cultivé luego en la distancia. Puedo decir que, entre otras grandes suertes, me envió en los primeros días de enero de este año, unos poemas inéditos para la colección que dirijo en Málaga, bajo el auspicio de la EMT de la ciudad, y que en breve verán la luz.

Todos pensamos, ya me pasó con mi maestro Rafael Alberti o Pilar Paz Pasamar, que iba a ser eterno y, lo es en su obra, pero nos faltará su calidez, su conversación y su abrazo. Ha muerto joven, a la edad de 95 años, con el compromiso y la ilusión en la palabra intactos. Soñaba con ver una Nicaragua libre, democrática, dichosa y en progreso, por la que luchó y se apostó la palabra y la vida.

No tardó la oficialidad de Daniel Ortega en hacernos llegar notas de prensa apropiándose  de su figura, pues los símbolos, y Ernesto Cardenal lo es, son más fáciles de manejar y manipular muertos, cuando no pueden resistirse ni llevarnos la contraria. Sin embargo, la triste realidad es que Ortega lo persiguió, lo tuvo en un régimen de vigilancia y, a veces, de arresto domiciliario, después de haber sido una figura que se jugó la vida contra el dictador Somoza. El sereno y sabio Ernesto Cardenal no se arredró ante esto. No lo hizo ni ante el dictador anterior, ni ante el Papa Juan Pablo II cuando se comprometió, personal y políticamente, con los perseguidos por la dictadura de Somoza, lo que le costó cárcel y tortura. En la vergonzosa imagen del pontífice polaco que lo suspendió “a divinis”, con Cardenal de rodillas, el que queda mal parado es el reaccionario Papa Wojtyla, por mucho que ahora nos lo beatifiquen de súbito. Cardenal no hizo más que lo que dictaba el Cristo: entregarse por los otros, acoger a los perseguidos, visitar a los enfermos y a los presos, dar de comer al hambriento, de beber al sediento, consolar a los tristes… Cuando el año pasado el actual Papa Francisco restituyó a Cardenal en su dignidad de ordenado, lo primero que hizo éste fue dar misa en recuerdo del adolescente de dieciséis años  Álvaro Conrado, primera víctima mortal de la represión estudiantil de abril de 2018 por parte del régimen de Ortega.

Digo que la oficialidad del funesto matrimonio Ortega-Murillo, se manifestó apropiándose del símbolo de Cardenal, decretando tres días de luto oficial,  mientras sus hordas organizadas, llamadas en Nicaragua “Turbas”, iban a profanar el féretro del poeta en la celebración de sus exequias. Orteguistas y periodistas oficialistas acosaron a personas cercanas a Ernesto Cardenal, entre ellas su asistente personal, la también poeta  Luz Marina Acosta, quien antes de iniciar la eucaristía pidió a un par de sandinistas, a voz alzada, que respetaran la memoria del poeta  y Gioconda Belli, a quien no dudaron en empujarla y decirles palabras soeces. Los familiares, amigos y asistentes, entre los que también estaba el último Premio Cervantes de las letras, Sergio Ramírez, tuvieron que proteger el féretro del maestro Ernesto Cardenal y sacarlo por una puerta lateral, ante el peligro real de que fuera profanado en la misma iglesia. Varios amigos, familiares y periodistas que cubrían la noticia, fueron insultados, agredidos e incluso robados, por parte de esta “turba sandinista”, organizada en la sombra por el gobierno nicaragüense. Una vergüenza intolerable, una manifestación más de la falta de ley y respeto a los derechos humanos de unos dictadores que pretenden convertirse en dinastía familiar perpetuada con la violencia en el poder. Frente a eso, el verdadero poder transformador de la palabra. Ernesto Cardenal era, es, y seguirá siendo, una referente de compromiso, de coherencia, de entrega, de verdad y de poesía viva en Hispanoamérica y el mundo. Su ejemplo de vida y su obra, son un testimonio contra la mentira, la represión y la injusticia. Una luminaria que nos servirá de guía en momentos oscuros, como este, en Nicaragua, y en todo el planeta. En los versos del propio Cardenal: “Porque a veces nace un hombre en una tierra/que es esa tierra/Y la tierra en que es enterrado ese hombre/es ese hombre/Y los hombres que después nacen de esa tierra/son ese hombre”.