Los informativos de las grandes cadenas de televisión del mundo entero dieron la noticia de la muerte de Montserrat Caballé como uno de sus titulares más destacados del pasado fin de semana. También lo hizo, obviamente, la televisión pública catalana, TV3. No obstante, ni el presidente de la Generalitat Quim Torra, ni su consejera de Cultura Laura Borràs, encontraron ni un solo instante, durante todo el día, para desplazarse al barcelonés tanatorio de Les Corts para expresar sus condolencias a la familia de la genial soprano. Sí lo hizo, en cambio, el ministro de Cultura José Guirao, que el pasado domingo anunció que el Gobierno presidido por Pedro Sánchez rendirá homenaje público a la gran diva tanto en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona como en Madrid, ya sea en el Teatro Real o en el Teatro de la Zarzuela.

¿Era o no catalana Montserrat Caballé? ¿Era o no una “catalana universal”? Sin duda lo era. Y era, en opinión de los expertos, la mejor soprano viva, heredera directa de la genialidad de la mítica María Callas, con un prestigio ganado muy a pulso. Entonces, ¿por qué el Gobierno de la Generalitat no quiso rendirle el tributo público que merecía a su muerte? ¿Por qué el presidente Torra, al igual que su consejera Borràs y otros destacados miembros de su gobierno y de los dos partidos que le dan apoyo parlamentario, esperaron al lunes para asistir al acto del sepelio de la gran Caballé? Un acto, por cierto, presidido por la reina emérita Sofía y por el mismo Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España, con una nutrida representación institucional y social, pero celebrado en un un abarrotado y manifiestamente insuficiente oratorio del tanatorio de Les Corts, cuando en tantas otras ocasiones, con justificaciones sin duda alguna de menor entidad, el gobierno catalán había cedido el mismo Palacio de la Generalitat o la sede de alguna de sus consejerías para la instalación de la sala de vigilia de algún ilustre catalán fallecido.

¿Qué gran culpa pesaba sobre Montserrat Caballé? ¿Cuál fue su pecado? Ella, que incluso se prestó a cerrar alguna candidatura electoral de CiU a pesar de lo alejada que se sintió siempre de cualquier clase de nacionalismo. Ella, a quien desde el nacionalismo conservador nunca se le criticó que hubiese fijado en el Principado de Andorra su domicilio fiscal. Ella, a la que la mismísima Marta Ferrusola defendió ante la estupidez de un inculto consejero de la Generalitat que le reprochó haberse casado con un “extranjero”, Bernabé Martí, catalán de adopción pero aragonés de nacimiento. Ella, la gran diva que se hizo a sí misma partiendo de cero y abriéndose paso a dentelladas y con su reconocida genialidad…

¿Por qué el presidente Torra, al igual que su consejera Borràs y otros destacados miembros de su gobierno y de los dos partidos que le dan apoyo parlamentario, esperaron al lunes para asistir al acto del sepelio de la gran Caballé?

Simplemente, Montserrat Caballé nunca fue independentista. Por no ser, no fue ni tan siquiera nacionalista, a lo sumo algo catalanista. Fue catalana y también fue española, europea y, en esto sí parece haber una coincidencia absoluta, una gran diva operística mundial. Tuvo el coraje, la valentía, tal vez el impudor o la inconsciencia, de decir y repetir en público, cada vez que fue preguntada al respecto, que no solo no era independentista sino que opinaba que esta opción política era un error.

Con su menosprecio o desdén hacia Montserrat Caballé, reparado solo en parte y a última hora, el presidente de la Generalitat Quim Torra y su Gobierno, con la consejera Laura Borràs al frente, han dado una vez más muestras de su política de vuelo gallináceo, de su vergonzoso y vergonzante sectarismo que les convierte en representantes solo de algo menos de la mitad de la ciudadanía catalana.