Mientras los políticos se hacen los despistados, la sociedad va incorporando a su acervo colectivo el olvido, Alzhéimer se apodera de todo. Yo he tenido el descuido de empezar estas líneas olvidándome del motivo del artículo. Una alarma periodística de última hora, nos pone en conocimiento de una encuesta a la francesa que nos dice que el partido de Le Pen serán la fuerza más votada en las elecciones europeas (veinticuatro por ciento de intención de voto), y me han saltado todas las alarmas neuronales. El diecisiete por ciento de aceptación se presume tenía Aurora Dorada en Grecia, antes del arresto de sus mandamases, mientras que sus partidarios malagueños los jalean por la calle céntricas, dónde presumen las cabras malagueñas con unas manos de pintura. El PP no sabe cómo compaginar los destellos animosos de sus extravertidos franquistas.

La crisis va incubando el huevo de la serpiente y los infames evocadores de los nazis, fascistas, nacional socialistas… van tomando el hueco que el descuido y la insolvencia de los políticos entontecidos por el sistema deja. Su falta de arrojo, hace enrojecer gargantas y erguir los ánimos de la desesperación, el caos toma cuerpo ¡aviso para navegantes!

Y precisamente de navegantes y más zozobras venía el título del artículo. Por fin Letta, acompañado de Barroso, borroso en europeo, ha cumplido el deseo de la alcaldesa de Lampedusa de acercarse a la isla a acompañarla a contar cadáveres, y de camino soltar unos euros del presupuesto comunitario. Como lo que dice el Papa va a misa, y desde que se hacen entender por los humanos, hasta se corea en el graderío. ¡Qué vergüenza!

Barcazas, cayucos, pateras donde la brisa es sal y el viento incertidumbre, vienen amontonando cadáveres en nuestros rebalajes. Fotos para nuestros dominicales, llantos lejanos y conciencia cauterizada. Borges nos cuenta en la Historia Universal de la Infamia, la barbarie criminal de un patrono español, que embarcaba chinos para llevarlos a América, y en llegando a alta mar, los arrojaba a los tiburones, para volver pronto, tras pintar el barco, a por otra remesa y llenar el cofre. Doscientos años de diferencia nos contemplan, mucho móvil y mucha web, pero todavía nos sobra el desparpajo de solo decir lo siento. ¡Qué vergüenza!

De la isla Giglio a casi un millardo de euros, se han llevado los restos de otro naufragio desaprensivo, el Costa Concordia, un oxidado de vocación titánica. Barcazas y cruceros se cruzan en alta mar, unos con nocturnidad y otros sin alevosía, unos hambrientos y otros a barra libre, unos los deportaremos y otros los vemos en coche de caballo, mientras el negro vestido de gitana, sin papeles, les trata de vender unos moqueros de papel. ¡Qué vergüenza!

* Curro Flores es asesor cultural de Málaga