En 1937 se fundó en San Sebastián la revista de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, Vértice. La revista, por supuesto de ideología fascista y franquista, se publicó hasta 1946. La lectura de alguno de sus números ayuda a entender muchas cosas de hoy.

El primer punto a tener en cuenta es la perversión intencionada del lenguaje actual. La ultraderecha de estos días suaviza incluso la forma de autodefinirse, para así minimizar el impacto en la opinión pública de palabras consideradas malsonantes. Palabras que en aquellos años eran pronunciadas con orgullo, hoy serían inaceptables. Tan inaceptables como los apoyos que se reivindicaban desde las mismas páginas hacia los regímenes más totalitarios del mundo.

La palabra fascismo no era la forma en que se definía a los fascistas desde fuera. Era la palabra que elegían para autodefinirse. Se sentían orgullosos de ser fascistas, mientras los fascistas de hoy niegan serlo. Los elogios a la Italia de Mussolini eran moneda corriente en esa publicación: “Toda Italia era, antes del fascismo, algo así como la España de los bienios funestos anteriores a nuestra revolución nacionalsocialista”.

Entre imágenes de esvásticas, la Falange también elogiaba a Hitler y decía que el partido Nazi era una formación que no predicaba el odio, que traía pan y libertad, y que había llegado para engrandecer a la nación, “al devolver al pueblo alemán su fe en la misión histórica de la raza germánica”. Así, sin cortapisas. Racismo puro y duro. Los que hoy en día defienden estos regímenes y minimizan su extremismo, tendrían muy crudo defender sus argumentos ante semejantes evidencias.

En Vértice, no faltaba el mensaje de Franco, informando de sus victorias y cerrando sus diatribas con el consabido: “España, una, grande y libre. ¡Arriba España! ¡Viva España!”.

Hoy, la guerra de las palabras la gana la derecha por goleada. Los liberales de ahora no son los liberales de entonces. Lo mismo pasa con los populares. Y hasta ha irrumpido el término pobreza energética, para definir al pobre que no puede permitirse tener calefacción. ¿A qué suena más suave pobreza energética que pobreza pura y dura?

De la misma manera, se han alejado de las palabras fascismo y nazismo. Tanto es así, que esta última se la han añadido a las feministas como apellido, y así crearon el término feminazi.

Lo más triste en todo este asunto es que la izquierda participa como mera espectadora y acepta que le coman en el terreno de las palabras. Y las palabras condicionan. Vox es un partido franquista y uno de sus máximos dirigentes, Javier Ortega Smith, se declara admirador de José Antonio Primo de Rivera. Esto, y otras cosas más, lo definen como un partido fascista. Aunque de tanto repetir que no son fascistas, corremos el riesgo de que creamos que han dejado de serlo.