Hace un par de semanas, las redes sociales se incendiaban tras la aparición de quien fue, tiempo ha, vicepresidente del Gobierno, en un programa de entretenimiento. El hombre se dolía de que los humoristas se hubieran quedado sin tema para sus chistes, porque, según él, ya no se pueden hacer chistes de enanos, gangosos u homosexuales. Y se quedaba tan fresco.

Ya he dicho otras veces que ni quiero ni puedo hablar de política. Y no lo hago porque este señor, desprovisto desde hace mucho de cualquier cargo, habló como un ciudadano, haciendo uso de su libertad de expresión. De esa, precisamente, que dice que negamos porque somos censores y reaccionarios.

Se equivoca. Se pueden hacer chistes de lo que una quiera. Pero, por suerte, ya nos hemos dado cuenta de que no tienen ni pizca de gracia. Y si hay humoristas que no encuentran otro tema que faltar al respeto a quien consideran diferente, harían bien en buscar otro oficio.

Sé que le llovieron las críticas desde el minuto cero. Y también los aplausos. Y también sé que ahora ha quedado en el cajón del olvido todo eso, borrado por las exigencias de una actualidad que corre a las velocidades de la luz. Y creo que es el momento de hacer una reflexión serena. O al menos intentarlo.

Durante mucho tiempo ese tipo de chistes eran lo más habitual. Burlarse, con imitación incluida, de homosexuales o gangosos era moneda frecuente en los programas de humor. Como lo era, también, reírse de las mujeres maltratadas. Pero, a pesar de lo que crea el expolítico, esos tiempos han pasado. Aunque han dejado su poso, por desgracia. Y todavía lo estamos pagando.

Porque si alguien considera lícito reírse de otra persona por su orientación sexual, por su discapacidad, por su aspecto físico, o por su género, está banalizando la discriminación. Y de ahí a sentirse legitimado a insultarle, vejarle o agredirle por esta razón, hay un paso. No todos lo dan, pero quienes lo hacen a buen seguro que en algún momento se sintieron empoderados por estos chistes, si es que se les puede considerar tales.

Podríamos argumentar, como se hizo durante mucho tiempo, que lo que no te mata te hace más fuerte. Pero el problema es que sí mata. El machismo ha matado a miles de mujeres desde que este señor estaba en el poder, y la discriminación sigue arrojando cifras de crímenes de odio que son para hacérnoslas mirar. Y no son, desde luego, cosa de risa.

Y, mientras miremos hacia otro lado, esto no parará. No todo vale para echarse unas risas.