Llevamos varias semanas asistiendo atónitos al descubrimiento de una operación organizada por diferentes gobiernos occidentales en la que el espionaje sistemático de nuestras comunicaciones digitales estaba a la orden del día. Sin conocimiento de la justicia, de los parlamentos, sin permiso de los ciudadanos... Un oscuro atajo en nombre de la seguridad. En nombre de esa supuesta defensa se están cometiendo demasiados abusos, de los que deberíamos comenzar a tomar conciencia para no permitir que ocurran con tanta impunidad.

Pero, mientras estábamos masticando esta indignación, otra noticia, aparentemente menos importante, saltaba a los titulares. Resulta que un avispado joven de 23 años se llevó muertos 40.000 euros gracias a una falsa aplicación que, en teoría, permitía espiar las conversaciones de Whatsapp de todos nuestros contactos. Whatsapp, la aplicación más extendida para intercambiar mensajes, al descubierto para que pudiésemos observar por el agujero de la cerradura las conversaciones de la vecina del quinto. Por lo visto, demasiado tentador para muchos. Ahora mismo, con una sencilla búsqueda en Google, puede accederse a una página web en la que se asegura lo siguiente: “Descarga totalmente gratis la nueva versión de Whatsapp Espia y entérate de las conversaciones, fotos y videos de tus amigos, tú novia o de quien tú quieras de forma totalmente anónima, aprovecha los fallos de seguridad de Whatsapp. Fácil y rápido de usar.” Faltas de ortografía incluidas. Así, desde su casa de Murcia, el chaval se levantó una pasta. Todo gracias a su habilidad y el cotilla que habita en cada uno de nosotros. En realidad, lo único que ocurría era que, para descargar la supuesta llave maestra, había que introducir el número de teléfono móvil. Picado el anzuelo, ya estabas suscrito a un servicio en el que te cobran cada vez que recibes un mensaje SMS. Volviendo a Google, otro texto, de una web distinta, sin necesidad de buscar mucho: “Whatsapp spy os pedirá el número de teléfono para evitar abusos en las descargas del programa, es decir, que solo descarguemos uno para cada teléfono móvil, eso si, de forma gratuita.” A otro que se le van los acentos, y el gusto por el dinero ajeno. Las páginas siguen ahí, al alcance de cualquiera. A la espera de víctimas.

A veces parece que dejamos en paso hechos tan graves como el del espionaje gubernamental a nuestras comunicaciones porque, en el fondo, si pudiésemos, nosotros haríamos lo mismo. Internet es hoy algo tan grande porque hemos decidido libremente bajar nuestro umbral de privacidad. Compartimos, porque así lo decidimos, experiencias y todo tipo de conocimiento para que pueda servirle a los demás o por el mero hecho de hacerlo, sin más explicaciones. El asalto, ya sea por parte de un gobierno o del vecino, a nuestra esfera privada, la que no queremos compartir con nadie, es una violación que merece un castigo acorde a la gravedad del delito. Los usuarios, a base de educación digital pública y gratuita, deben avanzar en su conocimiento de los peligros que acechan en la Red para evitar que algún pájaro haga el agosto, o cosas peores, pero también los poderes públicos deben destinar más fondos para realizar una labor preventiva de persecución de estos delincuentes, y de los agujeros de seguridad, que los tienen, de los programas originales. En Estados Unidos bastaría con una pequeña parte de lo que dedican a espiarnos. No parece normal que inventor del Whatsapp Espía enviase millones de mensajes ofreciendo su falsa aplicación, y nadie se enterase hasta que ya había estafado a muchos incautos cotillas, o que las páginas que albergan los textos citados en esta columna sigan accesibles para cualquiera gracias a una sencilla búsqueda en Google.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin