Si la cadena de acontecimientos sigue su curso negativo, la ISS podría quedarse vacía en el mes de noviembre. Sería la primera vez en muchos años que no tendríamos a un ser humano en órbita, viendo desde su privilegiada atalaya lo mal que nos comportamos con el planeta. Atrás quedaron otras estaciones como la rusa MIR, o el proyecto americano Skylab, que terminaron su historia reducidos a cenizas en algún lugar sobre el océano. De un vacío a otro. La soledad del espacio lo será mucho más si no tenemos a nadie allá arriba. También será un síntoma, muy preocupante, de cómo hemos abandonado la eterna lucha por ir más allá. La carrera espacial que nos llevó a la Luna, inspirada e inspiradora de tanta literatura, ha pasado a ser un recuerdo que de vez en cuando nos regala alguna película épica producida en Hollywood que siempre protagoniza Tom Hanks. Sin ese espíritu de superación, sin la curiosidad que nos obliga a saber qué se esconde tras una esquina o en los desiertos de Marte, no sólo perdemos la oportunidad de vibrar con nuevos descubrimientos; también dejamos por el camino gran parte de lo que nos define como raza. Ese pulso que ha unido frente al televisor a millones de habitantes de este pequeño planeta, independientemente de su condición social, económica o política, para ver un pequeño paso para el hombre. El nervio que llevaba a muchos hasta las playas, esperando las velas en el horizonte que anunciaban el retorno de los viajeros del nuevo mundo. En esencia, se nos va lo que somos. Renunciamos a nuestra propia condición.
Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin