Es comprensible el éxtasis de los científicos por el primer retrato de un agujero negro, esa oquedad inmensa y bulímica que se zampa hasta la luz. Un retrato que aquí, en este país que se ha degradado —ay, la entropía— hasta reducirse a la Españeta, no nos ha conmovido demasiado. Muchos, en efecto, ya sabíamos de la existencia de los agujeros negros sin necesidad de las ecuaciones de Einstein. Nos bastaba con examinar la prensa o encender el televisor. Nuestro agujero negro tiene nombre incluso. Se llama Eduardo Inda.

Un tipo al que, por más que lo disculpe Ana Rosa y lo ampare Ferreras, no hay por dónde cogerlo. El otro día, Ferreras recitó frente a la cámara los grandes hits periodísticos del agujerillo negro navarro menos para defenderlo que para protegerse él mismo del reproche de Pablo Iglesias. Este le afeó que si medra un periodismo de color rata que difunde mentiras y estiércol en letras de molde, es porque tiene cobertura mediática. La misma que Ferreras, el sumo sacerdote de La Sexta, le ofrece a Inda cada sábado y otras fiestas de guardar, aun a riesgo de que los telespectadores huyan del canal apenas Eduardo de la cosa abre el pico o, una vez bien abierto, tengan que cerrárselo quitándole el volumen al televisor.

Porque es entonces, solo si no lo oyes, cuando Inda habla casi bien de todo el mundo. Pero a poco que te descuides con el botón del mando, ahí está aupando otra vez sus grititos en esa voz de hojaldre que se inflama de histerias o amenazas; ahí lo tienes ensayando sus siniestros modales de matón; ahí lo tienes echando barro al fango; ahí lo tienes porculizando al Periodismo, el oficio más hermoso del mundo, como lo definió García Márquez. Claro que Inda es al periodismo lo que el McDonald’s a la gastronomía. Eduardo de la cosa solo es un escachafamas de corbata redicha y mal estilo periodístico (sus editoriales, llenos de redundancias adiposas y lugarcillos comunes, resultan casi tan interesantes como el Teletexto).

Iñaki López, el presentador de La Sexta Noche, dice que no es tanto un periodista como un comunicador. Yo digo que Inda no es tanto un periodista como un escachafamas profesional, que así es como llaman en mi pueblo a los que comercian con el embuste, engordan la calumnia, procrean la maledicencia, difunden la mentira y enmierdan la honra ajena (todo junto o por separado).

Y en el punto de mira de Inda siempre ha estado Podemos. Una formación que lo denunció por publicar información falsa sobre la inexistente financiación venezolana del partido. Eran los tiempos en que Pablo Iglesias infundía pavor al PP. Los tiempos en que la brigada patriótica de Fernández Díaz, el ministro de Interior de Rajoy, construía pruebas más falsas que una moneda de madera para acabar con Podemos y se las entregaba después a sus sicarios de la prensa para que las propalaran urbi et orbi y a cinco columnas. Todo valía. Desde el espionaje y la difamación hasta el robo de teléfonos y la publicación de datos íntimos. Eran “maniobras de intoxicación informativa”, como las llamaba a calzón bajado Villarejo, un homúnculo que está entre un siniestro hacker de Anonymous y una soplona carcelaria. Ni Inda ni otros comprobaban nada o, si lo hacían, nada les impedía divulgarlo. Según les llegaba la mierda, así se la entregaban a los lectores. Y los menos juiciosos o críticos se la tragaban a cucharadas soperas, sin rechistar.

En fin, se ha descubierto el montaje, el escándalo, sí, pero ¿qué habría ocurrido de no haberse hecho? Pues sencillo: nada. Podemos se habría quedado con la calumnia de por vida, expuesto a la humillación pública y a la picota digital de Twitter y cosida a su nombre la misma letra escarlata que llevaba Hester Prynne en la novela de Hawthorne. En España se pedía perdón cuando te equivocabas o herías a alguien. En la Españeta, no. ¿Para qué? De ahí que mañana sábado o al próximo el escachafamas vaya a estar de nuevo en el programa de Iñaki López, previa bendición de Ferreras, porque el periodismo es el oficio más hermoso del mundo.