Aunque el Partido Popular haya pasado de gobernar en 21 capitales de provincia a gobernar en 13, las sensaciones, a partir de haber logrado formar gobierno en Madrid, son de triunfo. La capital propicia la creación de un relato ficticio de parte de Pablo Casado, líder de los populares, que insiste en una remontada que no se sostiene en los números.

Cuando la derecha se mofa de la superioridad moral de la izquierda, debería hacer una lectura ecuánime de los hechos. Mientras la lista más votada solía ser el Partido Popular, sostenía que se le debía permitir gobernar y no había que hacer un pacto de perdedores. La izquierda reivindicaba, en cambio, el sistema parlamentario. Sistema que, por cierto, es el que figura en nuestra Constitución, que tanto dicen defender los conservadores. Ahora que han cambiado las tornas, la derechona cambia sus principios, mientras que la izquierda no se aprovecha de esta situación. A ver si lo de la superioridad moral va a ser cierto.

Además de la entrada de la ultraderecha en los gobiernos municipales, gracias al apoyo de PP y Ciudadanos, hay otro hecho muy sangrante como consecuencia de estos pactos. Hace unas pocas semanas, todos, incluida la derechona, se rasgaban las vestiduras hablando de la España vaciada. Pues esa España vaciada ha recibido otro duro golpe asestado por el centralismo conservador.

Madrid es muy golosa y si hay que ningunear los votos de cualquier otro municipio para lograr gobernar en la capital, se vende el alma al diablo. Qué importan los votos de los palentinos o de los granadinos, si se puede poner un pie en Cibeles. Así es que con 3 concejales de 25, Ciudadanos gobernará en la ciudad castellano leonesa, y con 4 de 27, en la ciudad andaluza. Todo a cambio del sillón más valioso. La España vaciada es tal porque la gente huye de los sitios abandonados. Para la derecha sus habitantes no son nadie y sus votos no valen más que para un mero intercambio de cromos. La memoria debería provocar un descalabro conservador dentro de cuatro años. Pero cuatro años son muchos años.

 Si hay que ningunear los votos de cualquier otro municipio para lograr gobernar en la capital, se vende el alma al diablo.

Y si se ningunea a tantos votantes por un sillón, qué decir de la alfombra roja (en este caso, azul y naranja) que se pone a la ultraderecha para lograr su apoyo. Justo cuando la socialdemocracia muestra tímidos signos de recuperación en Europa, en España se le abren las puertas a los presuntos filonazis. La responsabilidad que muestra la derecha en países como Suecia o Finlandia, donde pone un cordón sanitario a costa de un gobierno socialista, es tan grande como la insensatez de Pablo Casado y Albert Rivera, que se entregan a los ultras de Santiago Abascal.

Los apoyos ya fueron logrados y los sillones ya son suyos. En los próximos meses tocará pagar la contrapartida. Dios nos coja confesados.