Es el nuevo conde don Julián, aquel, ya saben, que abrió de par en par las puertas del reino visigodo a los musulmanes para facilitarles la conquista de la península ibérica. Claro, que no sé yo si Pedro Sánchez encontrará entre sus trovadores un Juan Goytisolo que lo justifique y le escriba la segunda parte de Reivindicación del conde don Julián. Intuyo que ni siquiera Calviño, la chica Bond de Bruselas y el brazo de hierro protésico y thatcheriano del presidente en materia económica, va a dedicarle una endecha o un sollozo de clínex rubio y ultraliberal por la traición. Y menos aún Miquel Iceta, que tal vez no vuelva a invitarlo a destrozar juntos y a Vox en cuello una canción de Freddy Mercury en el inglés del Empordà.

Porque lo que ha hecho Pedro Sánchez es muy grave, y a cencerros tapados, además. Las bases del PSOE se han indignado, así como todos los grupos parlamentarios. Incluso El País, que demasiado a menudo parece el NO-DO de Sánchez, le exige explicaciones en un editorial. ¿Y qué ha hecho el zar de la Moncloa? Bueno, pues, aparte de derechizarse cada día más, abofetear a la izquierda internacionalista y revolucionaria al darle el tiro de gracia a las legítimas aspiraciones a la autodeterminación del pueblo saharaui después de reconocer en una carta a Mohamed VI que la autonomía del Sáhara Occidental dentro de Marruecos es la solución “más seria, realista y creíble”.

De esta manera, Sánchez ha cerrado el círculo de la traición que inició el Inviolable a mediados de los años setenta, pues fue este quien colocó el Sáhara Occidental en el paredón y gritó la orden de fuego. Y, ahora, el presidente de España lo ha rematado con un valiente tiro en la nuca. Esto último lo sabe cualquiera, incluso Margarita Robles, y aquello lo explican los miles de papeles desclasificados de la CIA, que pueden consultarse en internet sin que el país que hace las hamburguesas más democráticas del mundo con los menudillos de quienes airean sus poco democráticos tejemanejes te convierta en otro Julian Assange. Tranquiliza pensar que el único que reprime a los periodistas es Putin.

Basta, en efecto, teclear en el buscador de la CIA “Spanish Sahara”, “Green March”, “Juan Carlos and Wells Stabler” o “Western Sahara Conflict”, entre otras combinaciones similares, para leer que el primogénito de Franco pactó en secreto con EE.UU. y Hasán II la entrega del Sáhara Occidental —colonia primero y provincia española después— a Marruecos. El siguiente enlace es una perlita de cómo el futuro rey que nos salvaría de la performance de Tejero informaba al embajador estadounidense sobre la acordada invasión marroquí, la conocida, en los libros de historia, como Marcha Verde. Menos mal que son Podemos, Bildu y ER los que quieren romper España entregándoles Astorga a Maduro y Barbastro a Irán.

Pero es más fácil tragarse los embustes molotov del PP, de Abascal y de sus órganos mediáticos que digerir la verdad: a día de hoy, el único que ha roto y vendido España por una corona real, que, gracias a la guardia pretoriana del PSOE, PP, Vox y Cs no se ha convertido en corona de espinas, ha sido Juan Carlos I. ¿Y qué ganó con la traición? Según ciertas voces, el apoyo de los EE.UU. para hacerse coronar sin incidentes. Temía que le ocurriera lo que a Caetano en Portugal, pero con menos Grândola, Vila Morena y claveles pacifistas. De modo que abandonó a los saharauis al “peso del silencio”. Hoy, muchos de ellos se lo agradecen desde las cárceles marroquíes, donde son vejados y torturados por defender los derechos humanos, como Elhafed Iaazza y tantísimos otros, que tampoco le interesan demasiado a Sánchez.

Dentro de esta hipnosis acrítica y colectiva en que vivimos (¿por qué, por ejemplo, nadie o casi nadie dice que no hay guerras accidentales y que la de Ucrania era absolutamente necesaria para la supervivencia del capitalismo?), me pregunto si Agatha Ruiz de la Prada subirá a una pasarela con la bandera saharaui igual que con la ucraniana o si el cocinero José Andrés acudirá a llorar y a llevar comida a los campos de refugiados de Tinduf como ha hecho telegénicamente en la frontera de Polonia con Ucrania. ¿Correrá después a solidarizarse también con las madres de los niños que el ejército ucraniano —en el que está disuelto el sádico batallón neonazi Azov— asesina desde 2014 en el Donbass? Porque creo que un niño que sufre es el mismo si sufre en Kiev, en Donetsk, en Damasco, en Tinduf o en la Cañada Real. Aunque no, a lo mejor no es el mismo niño. A uno lo atacan los brutales fusiles de Putin y a otro los cariñosos fusiles de Zelenski o de Mohamed VI, el sátrapa amigo de los EE.UU.

Y ya que ha salido Zelenski, conviene recordar que ilegalizó, el pasado 19 de marzo, nada menos que a once partidos de la oposición (¿democracia a la ucraniana?). Poco después, Guennadi Druzenko, comandante y jefe de una unidad móvil de médicos voluntarios, declaraba en el canal nacional Ukraina 24 que había ordenado que castrasen a los soldados rusos capturados, “porque son cucarachas, no seres humanos”. Una invitación a cometer crímenes de guerra que no solo aplaudieron muchos de sus angelicales compatriotas, sino la CNN, galardonada angélicamente con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación. Sin embargo, de todo esto, y hasta donde yo sé, ni media palabra en la prensa española. Quizá si hubiera sido un médico militar de Putin…

Por otra parte, el cómico de Kiev exige que se le entreguen más armas y que declare zona de exclusión el espacio aéreo ucraniano, lo que obligaría a intervenir a la OTAN. ¿Más leña al fuego? Y a este demente narcisista, para mí indistinguible de Biden o Putin, es al que los medios de incomunicación occidentales están convirtiendo en el Viriato de Ucrania, mientras sus soldados y los rusos mueren no por sus países, sino por los intereses de los Estados capitalistas. Puag.

Pero no perdamos el oremus. Iba a decir que, desde 1975, España y Marruecos se han estado pasando por lo más noble y blando de la horcajadura las resoluciones de las Naciones Unidas y otros organismos internacionales, que no reconocen ningún derecho de soberanía al país alauí sobre el Sáhara Occidental —un territorio rico en fosfatos y gas— y sí han estado urgiendo a la celebración de un referéndum de autodeterminación para el pueblo saharaui.

Un referéndum que, con las prisas, a España se le ha ido olvidando celebrar en casi cincuenta años, ya digo. Sin embargo, después del último lametazo de Sánchez a las babuchas imperialistas de Mohamed VI, no hay que perder la esperanza. Tal vez el democrático dictador alauí lo convoque la víspera de las calendas griegas, ahora que cuenta con el apoyo de EE.UU., Francia, Alemania y del conde don Julián/Pedro Sánchez, todos ellos evangelistas de las democracias liberales, cuyas bragas apestan cada vez más a hipocresía de burdel y a meados de vieja.

Un ejemplo entre mil de la doble o triple o cuádruple moral democrática occidental: “Las violaciones flagrantes de la legalidad internacional cometidas por Vladímir Putin no quedarán impunes”, declamó enfáticamente Pedro Sánchez, un político más falso que los chuletones que sirven en los restaurantes de Matrix, pues defiende en Ucrania lo que pisotea en el Sáhara. Un político que saca la momia de Franco del Valle de los Caídos e impide después que se investiguen los crímenes del franquismo. Un político que recibe al Aquarius y ordena a Marlaska que baje a repartir palos en la valla de Melilla. Un político que legaliza a los refugiados ucranianos y criminaliza a los inmigrantes en los CIE. Un político que lleva en su programa electoral apoyar el referéndum de autodeterminación de los saharauis y luego los vende por un plato de lentejas o por un gasoducto.

No sé cómo algunos pueden dormir teniendo a Sánchez en el Gobierno, y más ahora que acaba de convertirse en la última concubina del harén de Mohamed VI. Ya solo le queda perfeccionar la danza del vientre, señor presidente.