Veía el domingo pasado algunas imágenes y noticias relacionadas con la reciente edición de los premios Goya, celebrada el sábado pasado en Málaga, y fui percibiendo la estrecha relación entre el cine y la política, entre la cultura y la política, entre la vida y la política, en realidad. Y me vino a la mente el error que comete tanta gente que dice que no entiende o no quiere entender de política, o que la política no le interesa, o que “todos son iguales”, o que “nada se puede hacer para cambiar las cosas”; y se mantienen en una posición de desidia que puede acabar perjudicando al resto de la sociedad y, por tanto, al resto de las personas; es lo que Bertolt Brecht llamaba analfabetismo político.

La cultura no es política, pero depende de ella. La gala de los premios de cine español es una muestra de cómo interactúa la cultura y la gestión pública, y de cómo la gente que se dedica al cine es muy consciente de la importancia de esa interacción. Al respecto he visto y leído numerosos comentarios y alusiones que no dejan lugar a dudas de que la cultura, en este caso el cine español, depende absolutamente de la ideología que gane en las urnas. La derecha le desprecia y le ignora, y contribuye a que, como dice Pedro Almodóvar, ser director de cine en España sea como ser torero en Japón.

El amor es de izquierda, decía Enriqueta de la Cruz en una novela, y la cultura también lo es. No son afirmaciones que puedan emitirse de manera tajante y excluyente. La vida y las personas son muy complejas, y sé muy bien, porque provengo de dos familias de derechas, que el amor y la cultura también existen, por supuesto, en personas conservadoras. Pero sí es verdad que, en general, las ideologías progresistas defienden el bien común, el criticismo, la apertura, la tolerancia y su campo ideológico es la defensa de los derechos humanos. Y, en general, las derechas lo que más defienden son sus intereses personales, corporativos y de grupo, ignorando el bien común y los derechos ajenos. Y, aunque podemos afirmar de manera contundente que la cultura puede ser, ya digo, de izquierdas o de derechas, nunca la cultura, ni tampoco el amor, pueden ser fascistas o de extrema derecha. El fascismo, entendido como totalitarismo, es el odio, y es, llevadas al límite, la ignorancia y la soberbia que la ignorancia engendra.

En estos momentos no podemos hablar en España de derecha democrática. Por la evidencia, las tres derechas actuales son de corte totalitario e intolerante, aunque alguna lo disimule más que otras. Y es por eso que en la ceremonia de los Goya diversas voces del mundo del cine han utilizado la gala como plataforma para denunciar la intolerancia y defender la democracia. El actor Juan Diego Botto lanzó, al presentar el Goya a la mejor música original, un canto sentido a la tolerancia y alzó su voz en defensa de los homosexuales y contra la homofobia que tanto están intentando propagar desde la extrema derecha y sus adláteres.

El gran Almodóvar hacía un guiño cómplice a Pedro Sánchez (quien asistió a la gala mostrando su apoyo explícito, como debe ser, de nuestro cine), deseándole suerte porque “así nos irá bien a todos los demás”. Uno de los actores premiados, el actor Enric Auquer, acabó su discurso dando las gracias a “todas las antifascistas del mundo”. Y el actor y director Eduardo Casanova, en unas declaraciones previas al inicio de la celebración, ponía el énfasis en la importancia de “hacer cultura antifascista, en este momento en el que parece que volvemos hacia atrás, mucho más”.

En realidad, el cine, tanto como cualquier otra manifestación de la cultura, es una expresión de lo mejor del ser humano. La cultura se sustenta en el conocimiento y en la apertura de mente que se necesita para querer entender el mundo; y se basa, por tanto, en el respeto a la diversidad y a la diferencia. Porque la esencia misma del mundo es la diversidad y la diferencia, por más que nos cuenten lo contrario los curas y los de Vox y el Partido Popular.  El fascismo, que es odio, se nutre del fanatismo, y el fanatismo, en el fondo, proviene de la ignorancia de quien mira el mundo sólo desde su propia ceguera y desde su propio y oscuro interés, negándose a ver nada más.

El cine es un reflejo de la diversidad y de la multiplicidad  de la vida. La cultura, en general, genera consciencia, evolución y libertad. Y el fascismo es, en palabras de Hemingway, una mentira contada por matones. El conocimiento y la sensibilidad son incompatibles con la mentira, con la violencia y desdibuja inevitablemente la intolerancia. Por eso el pensamiento fascista odia la cultura; y por eso la cultura, y el amor, son el gran antídoto. 

Coral Bravo es Doctora en Filología