Decía el filósofo Inmanuel Kant que los humanos solemos percibir las cosas “no como son, sino como somos nosotros”, aludiendo a la tendencia que solemos tener a captar la realidad , no desde la objetividad, sino desde nuestros propios intereses o desde nuestras propias ideas. Sin embargo, Kant, quien fue un gran estudioso de la moral, defendía un concepto de moral universal, una moral común a todos los seres humanos, de todos los lugares y de todos los tiempos; se trata de una moral innata, seguramente incrustada en el código genético y que permanece intacta a lo largo de los tiempos en la mayor parte de los individuos.

Si nos ponemos a pensarlo en profundidad podemos llegar a relacionar esa moral universal de la que hablaba Kant con un concepto que, estoy segura, tiene mucha más importancia de la que le solemos dar: la “empatía”, ser capaz de ponerse en el lugar del otro y ser capaz de sentir lo que siente el otro. No es un juego de palabras ni un galimatías filosófico, sino una idea íntimamente unida a ese concepto de moral natural, y a la idea de espiritualidad que desde el principio de los tiempos han intentado difundir las grandes corrientes universales de pensamiento: todos y todo lo que existe, en esencia, somos lo mismo. Todos los átomos son idénticos. Somos polvo de estrellas, decía el científico Carl Sagan, aludiendo de manera literal al hecho de que los átomos de una estrella son idénticos a los átomos de los hombres y de todo lo que existe. La diversidad  y las diferencias provienen de las infinitas maneras en que se combinan esos átomos idénticos en las distintas moléculas. Lo “distinto”, lo “ajeno” es, en consecuencia, sólo una mera ilusión.

La moral universal es algo, por tanto, radicalmente opuesto a la idea de moral excluyente, exclusiva, intolerante y totalitaria que propagan las religiones; esa moral que nos inculcan desde que nacemos y que, lejos de defender la empatía, promueve la insensibilidad, la intolerancia, la irracionalidad y el odio al diferente o al que piensa distinto. Es justamente esa moral tan excluyente y tan limitada la que caracteriza el ideario de algunos ámbitos políticos y sociales, los de la derecha y la extrema derecha concretamente; una moral con la que han tapado y justificado los neoliberales durante varios años sus desmanes, sus abusos, sus tropelías y sus excesos. La misma moral que también ejercieron los que asolaron España en los 40 años del franquismo.

Es esa moral la que siguen algunos, los mismos de siempre, cuando dimiten de cualquier atisbo de pensamiento racional y crítico, y repiten como cotorras las mismas consignas concebidas de manera insidiosa para difamar y perjudicar al que piensa o siente diferente. Y además, para más inri, a veces hasta utilizan el argumento de la religión o de la patria para salir airosos de sus nefastos juicios de valor; simplemente porque la irracionalidad y el fanatismo suelen ser la única base ideológica posible de cualquier idea contraria a la verdad o al más simple sentido común.  Por ejemplo, leía hace unos días, al respecto de la actual crisis del coronavirus, que el cantante, supuestamente afín a Vox, y al parecer de ideología ultracatólica, que tanto monta, hacía unas declaraciones acordes a esa moral excluyente e intolerante a la que me refería: “El ser humano siempre busca a Dios cuando no tiene respuestas, puede que hasta nos venga bien esta maldición”. Usar a una deidad en el siglo XXI para justificar una catástrofe me parece una verdadera inmoralidad.

Casado, por su parte, ha hecho declaraciones que acusan a Sánchez de propagar el virus. Según PP y Ciudadanos, Sánchez deja desamparados a los autónomos, y, en general, no dejan de verter duras críticas contra la gestión del coronavirus. Supongo que no se han leído la batería de medidas que está tomando día a día el Gobierno, y supongo que no recuerdan que fueron ellos mismos los que dejaron desmantelada la sanidad pública. Es vergonzoso e inmoral que los que dejaron al país en la ruina y desmontaron la sanidad pública, ahora, llegado un virus mortífero, la reclamen y utilicen el estado ruinoso de los servicios públicos que ellos dejaron para atacar y desprestigiar al Gobierno de Sánchez e Iglesias.

De haber estado ellos en el gobierno en estos momentos, con toda probabilidad habrían dicho lo que siempre argumentaban  para justificar sus recortes canallas: “no hay dinero”, y continuarían privatizando lo público, y regalando concesiones públicas a empresas amigas a cambio de enriquecerse vilmente a costa del dinero y de los derechos ajenos.

Espero que, ante una emergencia tan extraordinaria como la actual, puedan ser capaces de dejar un poco de lado su artera moral y sus actitudes narcisistas y psicopáticas (me entenderían muy bien Robert Hare o Hugo Marietán),  y puedan ser capaces de ejercer un poco de algo que seguramente les es indiferente porque carecen de ella, la empatía, y de ejercer otro poco de esa moral universal que contempla y acoge  a todos, y no sólo a unos pocos.

Coral Bravo es Doctora en Filología