Esta semana han coincidido en los teatros de Madrid dos espectáculos que sitúan a la copla y dos de sus grandes figuras, en el centro de su historia. Por un lado, en el teatro EDP Gran Vía, el homenaje a Rocía Jurado, con el título “Algo se nos fue contigo”, de la extraordinaria cantante extremeña Pilar Boyero, que tuvo la inteligencia y la verdad de empezar el concierto afirmando que “este era su homenaje, aunque nadie podría interpretar, jamás sus canciones como la chipionera”; por otro, en el Teatro Español, la obra de teatro escrita y dirigida por Juan Carlos Rubio, “En Tierra extraña” con Concha Piquer como protagonista absoluta, encarnada por la cantante malagueña, e indiscutible actriz, y qué actriz se nos ha revelado, Diana Navarro. Resulta irónica esta contraposición, teniendo en cuenta el desencuentro que hubo entre ambas, aunque la joven Jurado la admiraba mucho, que tenía que ver tanto con la soberbia de la Piquer, como con sus diferencias ideológicas y generacionales. Sea como sea, ambas han brillado en la noche y las tablas madrileñas, en un paradójico, y hermoso juego del destino. Mucho más cuando, en este caso, tanto Diana Navarro como Pilar Boyero son buenas amigas, además de compañeras.

De las muchas injusticias por falta de reconocimientos de este país, en la mayoría de los casos por desconocimiento, está el aún esperado al mundo de la copla. Especialistas en despreciar cuanto ignoran, como diría el magistral Antonio Machado, que tanto y tan profundamente conoció el mundo de lo popular y de lo flamenco, la falta de rigor ha hecho que una personalidad como Rafael de León, y todos los grandes intérpretes, hombres y mujeres de la copla, hayan sido menospreciados por los modernos de manual. No es mejor, desafortunadamente, el tratamiento que le da el talentoso Juan Carlos Rubio en su obra, convirtiéndolo en una caricatura que en nada se parece al original, desafortunadamente. Quizá sea ya hora de que se conozca cuan profundamente subversivo y libertario fueron aquellas personas que, en momentos realmente peligrosos, ponían en pie en un escenario las vidas de los desheredados del poder, como en El Romance de la otra, La Ruiseñora, o el Ojos Vedes, cantado por un Miguel de Molina que hacía patente al no cambiar la letra que hablaba del amor de un hombre por otro, causa que le costó palizas y exilio. Se sabe que el propio Rafael de León, íntimo de Federico García Lorca, fue represaliado por ser amigo de éste, durante el franquismo, y por escribir, aunque hicieran desaparecer la letra, el himno de la República, razones por la que estuvo a punto de ser fusilado. Irónicamente, antes estuvo detenido en Barcelona, donde vivía desde al año 34 y donde le sorprende el estallido de la guerra, por ser aristócrata y monárquico, cosa cierta, pero que no le restaba su vinculación con los grandes intelectuales de la república, como Lorca o Alberti.  Estos son pequeños apuntes para callar la boca de los que reescriben la contemporaneidad con renglones torcidos, que deberían mirar un poco más de verdad nuestra propia historia. En las jornadas de poesía de ICADE, en una conversación con la poeta y Premio nacional de las Letras Francisca Aguirre, hablando del flamenco y la copla, esta dijo: “Los poetas e intelectuales españoles aún no han hecho el homenaje que se merece ese poeta enorme que fue Rafael de León”, a lo que Félix Grande, también Premio nacional de las letras, poeta, y uno de los mayores flamencólogos de este país, añadió: “En la poesía popular ha habido grandes poetas que han acertado a veces como Machado, Lorca, o Alberti. Rafael de León acertaba siempre”.

Rocío Jurado, de haber nacido en un país anglosajón, habría tenido, sin duda, muchas más consideraciones y reconocimientos de los que se le concedieron, quizá por haber sido más cercana de lo recomendable a lo que se suponen las distantes estrellas. Para mí era, sin duda, además de gaditana con denominación de origen, la Voz. Lo siento por el señor Sinatra, que además de siniestro y gánster, era demasiado suavón para mi gusto desmesurado, y se le iba la mano, demasiado a menudo, con las mujeres. Por supuesto que la Jurado rompió con los tópicos de las Folclóricas, y las modernizó con sus puestas en escena y sus nuevas canciones de Manuel Alejandro, pero nunca perdió el referente de dónde venía, del Flamenco y de la Copla, como no podía perder la carta que le daba naturaleza. A todo esto rindió homenaje la Boyero en la Gran Vía de Madrid, con humildad pero, a la vez, con un poderío que habría enorgullecido a “la Más Grande”, como a muchos que la escuchamos.  Pilar Boyero, sin dejar de ser ella, flamenca, coplera y cubana, dio un recital cómo sólo voces privilegiadas pueden permitirse. Amadrinada por la maestra Marifé de Triana, hizo honor a su mentora, y se permitió estar a la altura de la Jurado, llevando, incluso, algunos de los temas que ésta llevaba en su repertorio, a territorios donde no se habían situado antes. Magnífico elenco de músicos, y un bailaor de zafra, Andrés Malpica, que deslumbra y con quien se compenetra magníficamente en escena.

De la misma forma, Diana navarro, sobre las tablas del Español, da una clase magistral de dominio escénico. Que era una grandísima cantante ya lo sabíamos, mucho más después de ver cómo contiene el poderío de su voz para no dejar mal a la Piquer que, en su vida, podría haber soñado cantar tan bien. Lo que no podíamos imaginar, es que, además, era una pedazo de actriz de las que hay pocas. Metódica, disciplinada, con dominio del personaje y de la escena, con una seguridad tal que hace gravitar todo alrededor de ella durante la función. Hasta tal punto está bien, por no decir excepcional en su papel, que nos hace humana a Doña Concha Piquer, que en esa época era aún, Conchita Piquer, que nunca tuvo la humanidad como una de las enseñas de sus muchos talentos. Le acompaña un Alejandro Vera muy creíble, brillante en la encarnadura de Lorca, a quien ya había interpretado anteriormente. Una obra a la que le auguro premios y éxitos, gracias al arrollador trabajo de Vera y, singularmente, de Diana Navarro.

Tiempo habrá de poner más cosas en su justo lugar. Todos los grandes de este país, sin bandos ni estereotipos, han tenido su momento de aproximación o rechazo a un género como la copla y sus protagonistas. Nadie puede negarle, en ningún caso, que es un género singular y particularmente nuestro, y que pespuntea y retrata la historia de nuestro país, durante más de un siglo. Dos Españas, aún hoy enfrentadas, que cosieron muchos dolores con la sutura de la música y el talento.