Clara Ponsatí, exconsellera en el Govern de Carles Puigdemont y actual eurodiputada de Junts, afirmaba hace pocos días en la presentación de su último libro, 'Molts i ningú. Embastat de memòries i altres històries', que los independentistas catalanes deberían estar dispuestos al sacrificio, incluida la muerte, si quieren vencer al estado.

Ponsatí acusa al movimiento independentista de blando. Aunque en su intervención aseguró que ella no apuesta por la violencia, la exconsellera de educación puso como ejemplo a los muchos ucranianos que defienden con su vida (y con armas) la independencia de su país frente a la invasión rusa.

Cualquier comparación entre la situación de Ucrania y Cataluña, venga del lado que venga, es tan gratuita como odiosa. Son realidades tan diferentes que su  mención sólo demuestra la falta de argumentos coherentes de quien la utiliza. Aunque, precisamente, la coherencia no es el fuerte de Clara Ponsatí. En su último libro, ya mencionado, escribe que pese a su breve paso por el Govern de Puigdemont, avisó al ex president de que "no estaba dispuesta a entrar en prisión". El sacrificio que considera necesario para conseguir el objetivo de la independencia lo deja para los demás.

En una reciente entrevista en el programa de Gemma Nierga en TVE-Catalunya, el ex diputado de ERC Joan Tardà, refiriéndose a las declaraciones de la exconsellera la invitó a "que vaya pasando,  inmólese, si cree que esto funciona así",  para añadir: "Ni la unidad de España, ni la independencia de Cataluña, valen una muerte".

Tardà tiene razón. Ninguna bandera merece el sacrificio de una vida. España no es Rusia, ni Cataluña es Ucrania, pero cada vez son más los interesados en  algunos sectores de Cataluña y de España, en radicalizar el conflicto. Trivializar sobre la violencia sale gratis para quien la utiliza, sobre todo si lo hace, como Clara Ponsatí,  desde la distancia, pero carísimo para la sociedad que la acaba padeciendo.