Por si éramos pocos, ayer llegó el expresidente José María Aznar, comparando, con tintes de catastrofismo, las acciones de este 1-O del independentismo catalán con la huelga revolucionaria de octubre de 1934. Aseguró que se parece a lo que ahora vivimos, aseverando que los artífices del golpe de Estado de aquel año fueron “partidos de izquierdas con el apoyo nacionalista, especialmente de la Generalitat de Catalunya”.  Una irresponsabilidad de alguien que parece considerar que la única solución a los conflictos políticos es el camino de las armas.

Yo creo que Aznar se debería atar los machos y hacer memoria, recordando que fue Jordi Pujol el que sembró la semilla del independentismo, el mismo Jordi Pujol con el que consiguió el apoyo de CiU para ser presidente del Gobierno en 1996, a cambio de apuntalarle en el poder catalán y darle más competencias. Ese Pujol contra el que advirtió el honorable Josep Tarradellas, en una carta publicada en La Vanguardia por los desastres que caerían sobre Cataluña si se le nombraba su sucesor.

Y para qué contar: grandes operaciones urbanísticas en el entorno de Pujol; o situaciones sorprendentes como que la empresa de jardinería de su señora, Marta Ferrusola, cambiara el césped del Barça. A Pujol le sucedió Artur Mas, a quien unos años antes, el socialista Pasqual Maragall, siendo presidente de la Generalitat, le espetó: “Ustedes tienen un problema y se llama tres por ciento”.  Se refería, claro, a la adjudicación irregular de obras públicas. De ahí el paso siguiente fue el torbellino judicial que salpicó a Mas y afectó de pleno a la familia Pujol. La situación procesal de Pujol debilitó en grado sumo la situación de Mas frente al entonces presidente Mariano Rajoy y la credibilidad de las instituciones catalanas ante el Estado.

El procés soberanista es una cortina de humo para tapar posibles delitos económicos, una red de camuflaje que ha llevado a Catalunya a una situación imposible

De ahí viene la idea de que el procés soberanista es una cortina de humo para tapar posibles delitos económicos, una red de camuflaje que ha llevado a Catalunya a una situación imposible, partiendo de una Autonomía que tenía una imagen espléndida.

Recuerda a aquella antigua canción infantil que decía: “Yo quiero un TBO, yo quiero un TBO, si no me lo compras, lloro y pataleo”. O sea que Jordi Pujol y sus sucesores y seguidores quieren llevarse una república, como si esto fuera un asunto de niños. Y como si todos los catalanes tuvieran el mismo deseo o capricho.

Para reivindicar esa independencia, hizo falta el concurso de sectores como la CUP, a los que solo interesa generar el caos y que, ahora, rechazan al president Quim Torra, a pesar de su llamada a “presionar” en la calle. Los incidentes de este lunes en Barcelona protagonizados por los radicales, son ejemplo de hasta qué punto se puede generar una situación innecesaria que solo provoca angustia y desazón. Pablo Casado ha pedido dejar sin financiación a PDeCAT, ERC y la CUP “si alientan o justifican la violencia”, quizás un paso previo a solicitar su ilegalización.  Frente a los cantos de sirena de Aznar o de Casado, el Gobierno socialista de Pedro Sánchez sigue llamando a la sensatez del gobierno catalán y abogando por el dialogo. Eso es lo que intentan los políticos responsables. Los agoreros se dedican a dinamitar.