Attaaaggtttatacc. Este puré alfabético no es la estructura profunda (Chomsky) de un discurso de Vox. Ni una contraseña friki de correo electrónico. Ni siquiera la transcripción fonética al javanés del dolor de ciática. Attaaaggtttatacc es el nombre de la Bestia. Con este balbuceo principia el DNI del ADN del SARS-CoV-2 (¿siguen ahí después de este charlestón de siglas?).

Vamos camino de dos años viviendo con él, con Attaaaggtttatacc, no con el charlestón, claro, que murió de vértigo entre las piernas de Joséphine Baker, y los productores y guionistas víricos preparan nuevos episodios con la variante ómicron (y paciencia, que, a poco bien que los antivacunas, los pasotas, ciertos jueces, ciertos políticos, los ayusófilos y los negacionistas hagan su trabajo, llegaremos a la omega).

En fin, poco después de que Attaaaggtttatacc irrumpiera oficialmente en los micrófonos de la OMS, algunos distinguieron en el patógeno el Gran Absoluto. El patógeno, en efecto, iba a dividir en dos la Historia: a. y d. C (antes y después del Coronavirus). En aquellos días, miedos y muertos aparte, todo eran buenas palabras, como en las canciones de Pimpinela.

Y es que habíamos descubierto que la vida era lo único importante que teníamos (bueno, después del dinero, que tampoco hay que exagerar), y salíamos cada tarde a los balcones a aplaudirnos a nosotros mismos con el pretexto de aplaudir a los sanitarios. El mundo, por fin, se convertiría en un falansterio global en el que todos comeríamos perdices y, tras un largo exilio, los dioses regresarían a sus templos. Algún pensador de postín como Žižek llegó a profetizar el segundo advenimiento de Marx. Pero esta vez don Carlos vendría con barbita hípster y crema hidratante en El capital. Después del coronavirus, se impondría, según el filósofo esloveno, una especie de neocomunismo (sea lo que esto significara en la cabeza de Žižek, que a menudo parece un cruce entre la de un Hegel histriónico y la del psicoanalista del Pato Donald).

Casi dos años d. C., yo he salido a buscar a ese nuevo Marx por las calles con una FFP2 y una linterna encendida, como el cínico Diógenes, y, desgraciadamente, no lo he visto ni en el Vaticano, donde, según se histerizaron las derechas y sus chillonas groupies mediáticas, Yolanda Díaz y el papa Francisco celebraron una nueva Komintern para imponer un gobierno de sóviets al mundo, que es bien conocido el lema leninista de Bergoglio: “tierra, techo y trabajo” para los que nada tienen y hasta esa nada se la quitan para que sean menos que nada en sus nadas. “¡Que se jodan!”, gritaría de nuevo aquella piadosa diputada del PP mientras el hoy muy amnésico Rajoy sobre el espionaje ilegal y villarejil a Bárcenas anunciaba recortes en las prestaciones a los parados. No hay duda de que para Casado & Cía., mejor que el Jesucristo que subió al Gólgota con el dolor de todos los humillados del mundo a cuestas, es el Dios de los obispos de la COPE, ese ídolo de pederastia y lodo, de carcundia y arribaspaña, más vacío que la inteligencia emocional de Billy el Niño.

Me temo que la pandemia no nos ha convertido ni en mejores personas, ni en sujetos políticos. Seguimos siendo, por el contrario, las obedientes mascotas de El Corte Inglés, los rehenes voluntarios de nuestros impulsos y los esclavos de nuestros trabajos de mierda, claro que ya se sabe que la mierda es buena: millones de moscas no pueden estar equivocadas. La única camaradería revolucionaria que hemos estrechado, desde que Attaaaggtttatacc se hizo espícula y habitó entre nosotros, ha sido con el teléfono móvil. Así que no teman los señoritos, que no hemos levantado el puño, sino que hemos hundido todavía más las manos en los bolsillos.

Por otra parte, y por mucho remiendo neokeynesiano que les hayan puesto, o hayan fingido ponerles, tampoco han cambiado las políticas económicas de los Estados occidentales, que siguen de karaoke, es decir, cantando con la voz de las grandes empresas. Y, entre tanto, fíjate tú qué casualidad, ahora que llega la Navidad con las felices grescas familiares en torno al pavo, se absuelven 65 millones de euros off shore en algún lugar eufórico y borbónico de Suiza para que un señor de negro salga de rositas. Attaaaggtttatacc. O, en castizo, puag.