De aquellos barros llegan estos lodos. El Partido Popular, en su afán de que la Justicia le fuera benévola ante la que se les venía encima, (Gürtel y otras hierbas de corrupción, por ejemplo) hicieron todo lo que pudieron y más allá para tener jueces amigos y bien situados.

Pero si antes el Ministerio de Justicia tenía la seguridad de que el Consejo del Poder Judicial escucharía con gusto sus sugerencias, el cambio de rumbo político hace que tan armoniosa situación se haya ido al traste. De modo que es ahora el Consejo General del Poder Judicial el que parece que quiere tomar las riendas e indicar al Ministerio de Justicia el camino a seguir.

De ese modo, han sometido a enorme presión al Gobierno de Pedro Sánchez, tanto el CGPJ como la mayoría conservadora de las asociaciones de jueces, y han golpeado en particular a su ministra de Justicia para que, sin cortapisas, dijeran que sí a todo lo que hiciera falta en relación a abonar la minuta de los abogados de Llarena.

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Pero lo que nadie aclara es un asunto que sorprende y escandaliza. Me refiero a las intervenciones del juez Pablo Llarena en febrero y abril de este año en unas jornadas organizadas y supuestamente financiadas por un empresario que tiene concesionarios de BMW en Oviedo y en Salamanca.

En ambas ciudades, y como si de una gira se tratase, participaron el magistrado Llarena, junto con sus colegas de profesión Antonio del Moral García, de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo; el magistrado de la Sala de apelación de la Audiencia Nacional, Enrique López López, y el exmagistrado de la Audiencia Nacional, Alejandro Abascal Junquera, entre otros. Parece que en ese foro es donde se produjeron las declaraciones de la discordia.

Al margen de que no parece correcto que se traten en público temas judiciales en curso, tenemos la obligación de preguntarnos: ¿Qué pintan estos magistrados participando en seminarios que pagan particulares? Volvemos al viejo tema de las conferencias y cursos a que tan aficionados son algunos jueces –entre ellos varios de los citados- que nunca se clarifican y de los que tanto hemos escrito en El Plural. Luego nos toca a todos pagar los platos rotos. Nunca mejor dicho.