Todo cambio de año es, en realidad, un cambio de ciclo de la natura, del tiempo y de la vida. Es eso, en esencia, lo que celebramos y no las parafernalias absurdas que nos rodean y nos confunden en estas fechas en nombre de eso que llaman “tradiciones” los mismos que han ido destruyendo a lo largo de la historia cualquier tradición que no fuera suya. Me ha sorprendido y me ha encantado saber que en algunos lugares en Europa y también en España, especialmente en el norte, hay personas y grupos que siguen celebrando esos ritos antiguos que, ya digo, no son otra cosa que la celebración de los cambios de ciclo de la naturaleza, es decir, la celebración de la vida, lo cual es, en mi opinión, de lo que realmente se trata.

Nunca me gustaron las navidades, ni incluso cuando era niña. Siempre me alegro cuando acaban. Y ahora, entiendo por qué. Lo que se celebra en la Navidad religiosa son mitos, invenciones que, a mí, desde luego, no me motivan en absoluto. Sin embargo, cuando empecé a leer un poco de historia antigua me empecé a solidarizar con esas fiestas que destruyó el cristianismo hace miles de años, mucho más que con la absurdez, convertida en una explosión consumista, que se celebra ahora, tan alejada de su sentido primigenio, la celebración del Solsticio de invierno en la unión cómplice del hombre con la naturaleza, de la que somos una parte, en un devenir cíclico común.

Paul Eluard, uno de los más grandes exponentes de la poesía francesa del siglo XX, dejó muy clara su opinión sobre la navidad en una famosa carta a su amigo Joë Bousquet, fechada el 20 de diciembre de 1928, y en ella, en un tono implacable y absolutamente crítico, abominaba de ellas y las acusaba de superficialidad, de inconsciencia y de ausencia de su verdadero significado natural, el ser un rito de paso, de cambio cíclico en el transcurrir de las fases naturales de la vida. Y es por eso que, en cada cambio de ciclo, aparece literalmente la magia de la renovación. La naturaleza cambia de estación, de luz, de color, y nosotros, los seres humanos, a poco que vivamos cercanos a ella, también nos renovamos en ese cambio sutil que nos lleva sutilmente a abandonar lo viejo y a dar la bienvenida a lo nuevo.  Lo cual es, en realidad, la esencia de la vida.

Y es por ese contexto natural de transformación que, de manera natural, nos solemos poner objetivos, o nos centramos en deseos renovados, o creamos nuevos buenos propósitos, lo cual es maravilloso, porque ya sabemos bien que la vida, en cualquier caso, es transformación y cambio, y porque toda evolución suele provenir de deseos o pensamientos conscientes. Y puestos a ello, podríamos confeccionar desde aquí, juntos, una pequeña lista de buenas intenciones y buenos propósitos, que falta nos hacen; en la convicción de que, efectivamente, cada intención que creamos, cada pensamiento que generamos y cada palabra que emitimos, tanto como cada acción que llevamos a cabo o cada inacción que nos permitimos, crean literalmente nuestra realidad.

Yo pediría para nosotros, para los españoles, en primer lugar, un poco más de criticismo y un poco más de consciencia del peligro de los fundamentalismos de cualquier tipo, religiosos y políticos, para frenar esa espiral de aumento que están teniendo los grupos y partidos de la extrema derecha.

Pediría también un poco más de moral natural para evolucionar un poco en aspectos tan importantes como la defensa del medio ambiente, como una Ley de Protección animal que de verdad les proteja, como un compromiso firme y contundente, desde la Educación, para combatir con fuerza la ideología machista que, vergonzosamente, sigue matando a mujeres en el siglo XXI.

Yo pediría para nosotros, para los españoles, en primer lugar, un poco más de criticismo y un poco más de consciencia del peligro de los fundamentalismos de cualquier tipo, religiosos y políticos

Pediría más razón, más laicidad y menos dogma, más Educación y menos religión. Me encantaría que en la Enseñanza reglada se enseñara ciencia, arte, cultura y no se adoctrinara en ideología alguna. Y me gustaría que se avanzara un poco en la tan deseada separación Iglesias-Estado, lo cual es la columna vertebral de toda democracia.

Pediría que se aboliera la aberración que es la tauromaquia, en la convicción de que cualquier crueldad contra un animal es la misma crueldad que se es capaz de ejercer contra las personas, y de que una sociedad habituada a la crueldad es más insensible, más tosca, más manipulable y más necia.

Pediría sensatez a la derecha, aunque parece hoy por hoy que eso es pedir peras al olmo, y pediría con fuerza mucha más unión a la izquierda y a partidos y grupos progresistas, aunque solo fuera para oponer resistencia al avance peligroso de la extrema derecha. Porque la izquierda desunida no opone resistencia a nada, y es muy desalentador percibir que muchos se centran en las diferencias y no en los objetivos comunes. Que se pregunten el cacao mental de los votantes españoles a la hora de votar progreso en este país.

A nivel de lo personal pediría lo que solemos desear todos para nuestras vidas: salud, alegría, amor, ternura, y sobre todo ilusión, montañas de ilusión y muchos sueños. Yo he vivido porque he soñado mucho, escribió en uno de sus poemas el poeta mexicano Amado Nervo.