Esta nueva era en la que nos ha tocado vivir cada día nos trae nuevas realidades. O viejas realidades adaptadas a los tiempos. Lo malo es que, con las cartas que nos ha repartido el destino, lo normal es que estas realidades sean peores.

Lo oía en un análisis de los resultados de la encuesta del CIS. Según el analista en cuestión, aparecía una nueva categoría de personas con relación al empleo o falta de él: los desanimados del mercado laboral. La cosa me intrigó y pronto supe que, ausencia de lenguaje inclusivo al margen, se trataba de la proliferación de personas que no solo estaban en el paro, sino que ni siquiera buscaban trabajo. Desolador.

La verdad es que es para hacérselo mirar. El paro siempre ha estado a la cabeza de nuestras preocupaciones, lo que, a su vez, le ha convertido en un comodín de primer orden. No hay político, sea del signo que sea, que no haya caído en la tentación de prometer la creación de tropemil puestos de trabajo. Por su parte, tampoco hay encuesta del CIS que no refleje esta preocupación. Pero lo del desánimo laboral nunca lo había visto.

Corren tiempos difíciles, muy difíciles. Multitud de negocios han cerrado y otros sobreviven a duras penas a la espera de una anhelada desescalada de la que nunca acabamos de salir. Los expedientes de regulación de empleo, sea temporal o definitiva, están a la orden del día y es rara la empresa que no haya tenido que recurrir a ellos. Lo sabemos y lo asumimos como podemos. Lo que es imposible de asumir es la desesperanza.

Puede sonar cursi, pero en los peores momentos la esperanza es la gasolina necesaria para avanzar. Y si no hay combustible, ningún vehículo, por bueno que sea, puede andar.

Debe ser muy duro encontrarse con que, de pronto, todo lo que creíamos seguro se tambalea hasta caer al vacío. Puestos de trabajo que se presumían eternos hasta la jubilación se han precipitado a la nada, con todo un rosario de gastos a los que en ausencia de ese trabajo no se puede hacer frente. Hipotecas, alquileres, y hasta lo más básico, la luz, el agua…y la comida. Las colas del hambre pasan de ser un fantasma lejano a una realidad tan cercana que se pude tocar con la punta de los dedos.

No podemos consentirlo. La situación es terrible para muchas personas, pero siempre debe haber una posibilidad de superarlo. Es parte de nuestra dignidad. A la sociedad entera nos corresponde arrimar el hombro. Es cuestión de humanidad