Estos días, entre los múltiples y variados balances de 2021, uno llamó mi atención. Al final del resumen teatralizado que TVE emitía, una Blanca Portillo que representaba a 2021 hablaba con una estatua de Federico García Lorca. Le decía, apenada, que 85 años tras su muerte hay quien sigue matando al grito de “maricón”, como le mataron a él. Pero también le decía, y con esto me quedo, que hoy en día él sigue muy presente, y que son muchos más quienes están de su lado que del otro.

Por mi experiencia, puedo asegurar que es así. Tengo la fortuna de comprobar cada día que, pese a que los delitos de odio siguen creciendo –o creciendo, al menos, las denuncias- son muchas las personas que no están dispuestas a mirar hacia otro lado, las personas que dicen “basta”, las que trabajan y roban tiempo a su ocio para hacer este mundo algo más habitable.

Y de eso era de lo que quería hablar, en este recién estrenado año. Solemos quejarnos de lo malo –que hay, y mucho- pero en demasiadas ocasiones olvidamos lo bueno, todas esas personas por las que vale la pena seguir adelante.

Quizá sería el momento de replantearse muchas cosas. Entre otras, como transmitir las noticias sobre estos hechos. No abogo por ocultarlos, desde luego, pero sí por dejar de centrarse en el morbo, y dar un enfoque que no nos deje con la sensación de que no hay nada que hacer. Las víctimas tienen que saber que no están solas, que la sociedad y las instituciones están de su parte. Los agresores y los intolerantes tienen que saber que su odio no sale gratis, que la sociedad les rechaza y la justicia trabaja para su castigo.

Solo así lograremos combatir el peor problema de los delitos de odio, la infradenuncia, porque se estima que menos de un diez por ciento de estos hechos salen a la luz.

Cada vez que compruebo el aumento de las denuncias por estos delitos, quiero creer que se debe no tanto a que haya más delitos, sino a que hay más gente que denuncia. Y creo que no peco demasiado de ingenua si afirmo tal cosa. Cada día hay más gente dispuesta a romper el silencio, sean víctimas o testigos. Y ese es el camino.

Tengo la fortuna de que las circunstancias me hayan puesto en una posición de privilegio para luchar contra la intolerancia. Sería peor la impotencia de no poder hacer nada. Pero todo el mundo puede aportar su granito de arena. Gritando “basta”. No olvidemos que el silencio es el mejor cómplice.

Susana Gisbert, fiscal y escritora.