Nadie en su sano juicio puede negar ya que la sociedad catalana se halla escindida, dividida, fracturada, a causa de un muy grave conflicto entre identidades o identificaciones enfrentadas. Esta es sin duda la peor de todas las consecuencias directas del proceso independentista emprendido hace cerca de seis años por el entonces presidente de la Generalitat Artur Mas. Pero lo que en un principio fue una división en dos grandes mitades confrontadas, esto es simplemente entre los partidarios y los contrarios a la independencia de Cataluña, se está convirtiendo de forma muy clara en un proceso de nuevas divisiones, de fracturas sucesivas, de escisiones que a su vez provocan nuevas escisiones.

Esto se produce ahora sobre todo en el mismo seno del complejo y cada vez más complicado mundo que conforma al movimiento independentista catalán, tanto entre las tres formaciones políticas que le representan en el Parlamento autonómico -esto es, Junts per Catalunya (JxCat), Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y las Candidatures d’Unitat Popular (CUP)- como también en el interior de cada uno de estos tres grupos parlamentarios -de manera muy especial e intensa entre los miembros de JxCat, con intereses y objetivos políticos no ya distintos sino contrapuestos, sobre todo entre aquellos que desean recuperar y relanzar el proyecto postconvergente y aquellos que tienen en el expresidente Carles Puigdemont a su única referencia personal y política, aunque asimismo existen signos evidentes de escisión interna tanto en ERC como en las CUP. Y la fractura es pública y notoria entre las dos entidades cívicas más importantes del independentismo, la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural (OC), que a pesar de tener a sus dos expresidentes compartiendo prisión preventiva en la cárcel de Soto del Real no comparten ya la misma hoja de ruta, como quedó demostrado en la última manifestación del pasado domingo en Barcelona, convocada únicamente por la ANC, sin apoyo de OC.

La cada vez más evidente y profunda escisión entre los independentistas esté provocando la consolidación de una parálisis institucional y política

También se advierten síntomas de división entre las cuatro formaciones políticas que representan al no independentismo en el Parlamento catalán, Ciutadans (C’s), Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), En Comú Podem (ECP) y Partit Popular (PP). Es obvio que sus intereses y objetivos políticos poco tienen de coincidentes, más allá de su oposición unánime y frontal al proyecto independentista unilateral. Está claro que entre C’s y PP existe mucho más que una simple fractura política, ya que en realidad se trata de una confrontación abierta con el solo objetivo de la disputa pura y dura por un espacio electoral, no solo en Cataluña sino también en el conjunto de España, con C’s en clara ventaja según todos los indicios y síntomas conocidos. Algo parecido puede darse entre el PSC y ECP, aunque en este caso donde tal vez pueden advertirse más divisiones internas entre los “comuns” que entre estos y los socialistas, en gran parte porque los resultados obtenidos por unos y otros en las elecciones del pasado 21D, un severo correctivo para ECP y un leve lenitivo para el PSC.

No obstante, lo que resulta realmente preocupante e incluso alarmante es que la cada vez más evidente y profunda escisión entre los representantes parlamentarios del independentismo esté provocando la consolidación de una parálisis institucional y política sin precedentes en la historia reciente de nuestro país. Una parálisis que hace imposible la investidura del presidente de la Generalitat elegido por el Parlamento de Cataluña surgido de las elecciones del pasado día 21 de diciembre, esto es hace ya cerca de tres meses. Porque en aquellos comicios, aunque sin contar con una mayoría de votos -sumaron solo el 47,7%-, JxCat, ERC y CUP obtuvieron 70 de los 135 escaños y cuentan, por tanto, con una mayoría absoluta que les permite elegir presidente de la Generalitat a cualquiera de sus 70 diputados que reúna las condiciones para ello. Si no lo han hecho hasta ahora es su responsabilidad. O irresponsabilidad.