Desde su plácido y lujoso refugio en el municipio bruselense de Waterloo, conectado únicamente con un reducido grupo de sus seguidores más fieles y empecinado en el ejercicio incesante del solipsismo, la doctrina filosófica que sostiene que el sujeto pensante no puede afirmar ninguna existencia excepto la de él mismo, el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont vive permanentemente ensimismado, encerrado en su habitual distopía y, por tanto, desconectado de la realidad.

Tal vez influido por la memoria de Napoleón, que precisamente en el mismo Waterloo padeció aquella gran derrota militar con la que comenzó el triste fin de su vida, Puigdemont ha hecho esperar muchas, demasiadas semanas a los suyos, incluso a algunos de sus seguidores más incondicionales, y ha llegado hasta el punto de provocar síntomas claros de desazón, inquietud y preocupación entre el conjunto del movimiento secesionista. Pero al fin cedió y dio el tan esperado “paso a un lado”, esa extraña forma lingüística acuñada por su predecesor, Artur Mas, precisamente para posibilitar la investidura de Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat.

¿Qué posibilidades reales tiene Jordi Sánchez de ser investido presidente de la Generalitat, cuando es público y notorio que se encuentra desde hace meses en prisión provisional?

Ahora Puigdemont cede, pero afirma que lo hace solo “provisionalmente”, y por tanto no renuncia a su escaño como diputado autonómico, y con la intención de que su sucesor sea Jordi Sánchez, el hasta hace poco tiempo presidente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y que se presentó en las elecciones al Parlamento de Cataluña como número dos por Barcelona de la candidatura de Junts per Catalunya (JxCat), encabezada por el mismo Puigdemont. Está claro que es un nuevo ejercicio de solipsismo, incluso de filibusterismo político. ¿Qué posibilidades reales tiene Jordi Sánchez de ser investido presidente de la Generalitat, cuando es público y notorio que se encuentra desde hace meses en prisión provisional preventiva en la cárcel de Estremera por orden del magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena?

En puridad, este nuevo movimiento táctico de Carles Puigdemont se inscribe en una estrategia basada única y exclusivamente en la confrontación pura y dura. Su “paso a un lado” viene acompañado por una insostenible denuncia contra el Reino de España ante las Naciones Unidas, una no menos insostenible creación en Waterloo de un autoproclamado Consejo de la República Catalana y su delirante ambición de tutelar y dirigir desde Bélgica al nuevo Gobierno de la Generalitat. Se trata, en definitiva, de una jugada muy conocida en el mundo del rugby, la “patada a seguir”. Se trata de una figura que se produce cuando un jugador que lleva consigo el balón teme ser agarrado por la defensa contraria y, para evitarlo, le da una fuerte patada hacia delante, en ocasiones simplemente para quitarse el balón de encima, en otros casos con la intención de que los jugadores del equipo contrario se dediquen a impedir que un jugador recupere el balón y consiga un golpe franco.

Sí, “patada a seguir”. Esto es lo que ha hecho ahora Carles Puigdemont. Pero es que resulta que el rugby, según dicen los cánones, es un deporte de villanos jugado por caballeros, y por ahora yo no sé ver dónde hay algún tipo de caballerosidad en todo esto.