Puigdemont recordaba en una entrevista hace algo menos de un año la pérdida de Cuba a finales del XIX,  haciendo hincapié en cómo entonces  la oferta del Gobierno español  de dar autonomía a la isla llegó demasiado tarde. El President  exageraba a propósito pues se refería a un país ocupado, con situaciones derivadas del imperialismo invasor, aunque a los independentistas les guste recrearse en ese imaginario.

Sí es cierto que la inacción y el titubeo de los Gobiernos de España de entonces fueron notorios en las circunstancias políticas que llevaron al conflicto. El resultado, el grito de Canovas: “Hasta el último hombre, hasta la última peseta”, supuso un desastre en vidas humanas y se vio económicamente afectada la industria catalana  que perdió mercado para sus productos.

Pero sobre todo, la tragedia de Cuba abrió una brecha en la sociedad civil, un trágico recuerdo de los 65.000 españoles modestos pertrechados con uniformes fabricados en las empresas manufactureras, y un sentimiento de permanente pérdida.

Tiempo después, en los años 20, el ministro y principal líder de la Liga Regionalista, Francesc  Cambó, planteó zanjar el problema catalán vía Estatuto de Autonomía que, finalmente, derivó en la fórmula de Mancomunidad como solución de compromiso.

De Cambó ha escrito el historiador Borja de Riquer que fue un gran político y una persona fascinante por su “atractivo personal.”  Pero fue también un personaje políticamente zigzagueante  y oportunista que acabó ofreciéndose por carta al dictador para ocupar una cartera de ministro en el gobierno franquista.

Cuba no es Cataluña y Carles Puigdemont no  tiene el nivel de Francesc Cambó. El propio Jordi Pujol lo consideró un referente nacionalista, aunque Cambó transfiriera finalmente su lealtad al golpista  Francisco Franco.

Lo que ocurre es que hoy, acabe como acabe el conflicto entre Cataluña y el resto de España, la herida provocada será muy difícil de cicatrizar. Más valdría que unos y otros intentaran unir sus voces para entonar la habanera de El meu avi y preparar juntos un cremat que nos reconfortara allá en Calella de Palafrugell por ejemplo, junto al Mediterráneo de todos.