Ada Colau ha decidido, después de varias semanas a la pata coja sobre el cable del funambulista,  facilitar la celebración del referéndum en la ciudad de Barcelona. Al tiempo, el jefe de la policía municipal, cuya jefa directa es la alcaldesa, ha ordenado a sus subordinados que eviten cualquier acto que pueda facilitar la celebración de la consulta. Podría darse el caso de que el jefe de la guardia urbana ordenara detener a su jefa. A no ser que ella fuera más rápida y lo destituyera justo antes, con lo que en ese momento Ada Colau se convertiría accidentalmente en la jefa de la policía y debería, siguiendo las órdenes judiciales, detenerse a sí misma. 

Mariano Rajoy está haciendo todo lo que se le ocurre para que los catalanes no se vayan de España. Registra imprentas y medios de comunicación, suspende actos en lugares públicos y amenaza con asumir el control de la caja de la Generalitat. Y, por una extraña razón, cuanto más hace el presidente para que se queden, más catalanes se apuntan a la opción de votar por irse. Rajoy, en su acertada política para conseguir que los catalanes sigan dentro de España, podría optar por  decidir expulsarlos. 

Carles Puigdemont llegó al cargo de president de la Generalitat con el objetivo de alcanzar el grado máximo al que puede aspirar un catalán: el de mártir. Para un pueblo que celebra una derrota como su día nacional, nada puede haber más glorioso. Y, sin embargo, cuanto más repite que su deseo es ser detenido, que sueña con el día en el que una pareja de la Guardia Civil lo saqué esposado al centro de la Plaza Sant Jaume, más cerca está, para deshonra de sus ancestros, de convertirse en un triunfador. 

Los catalanes independentistas sueñan con una república en la que reine la justicia social, donde no haya corruptos, donde los impuestos que se pagan sirvan para mejorar la vida de quienes los pagan. Para conseguir esa meta han elegido como presidente al miembro de un partido plagado de corrupción, que ha apoyado al PP en todas aquellas leyes que han hecho de España un estado menos justo, menos solidario, donde sólo pagan impuestos quienes casi nada reciben a cambio. 

Y los catalanes que defienden que Catalunya se quede en España formando parte de un estado federal, dependen de dos partidos tan federados, que resulta imposible que consigan ponerse de acuerdo más allá de dónde y cuándo van a enfrentarse entre ellos. 

Yo estaría tranquilo, con estos mimbres estoy convencido de que la solución llegará pronto y será el asombro del mundo.