Este mundo hiperconectado y acelerado en el que vivimos también tiene sus pegas. Hablar con tanta gente al cabo del día y la velocidad a la que nos movemos provoca que muchas veces nos enfademos. En ocasiones da igual el motivo, pero cuidado, porque enojarse es altamente perjudicial para la salud.
3.000 veces más riesgos
Así lo revela un estudio realizado por el Centro Universitario de la Salud de la Universidad de Guadalajara en México. Investigadores de la institución han analizado cuáles son las repercusiones en nuestro cuerpo cada vez que perdemos el control y gritamos o golpeamos objetos.
La consecuencia más relevante es que los enfados aumentan hasta 3.000 veces los riesgos para nuestra salud. El motivo es que en los estados de alteración y estrés se producen enfermedades subcelulares. Es decir, la actividad del cuerpo se acelera y altera tanto que algunas células simplemente no pueden resistirlo.
Un cuerpo enojado
Cuando una situación, persona o conversación nos hace perder el control, el corazón comienza a bombear sangre con mayor rapidez. Todos lo hemos comprobado al ver cómo se acelera el pulso, nos ponemos rojos y sube el calor corporal. Al mismo tiempo, se activan los sistemas de protección del cuerpo, al interpretar que estamos ante algún peligro. El sistema inmunológico comienza a actuar como si hubiéramos sufrido una herida.
También el aparato digestivo se ve afectado. El estómago comienza a actuar y en ocasiones podemos sentir incluso hambre. Al mismo tiempo, las células comienzan a liberar grasas al torrente sanguíneo. Una parte de esta grasa puede acumularse en las paredes arteriales, deteriorándolas y generando depósitos que pueden acabar por obturarlas.
La conclusión es que cada enfado nos envejece un poco más. Y sumar enojo tras enojo puede hacer que vivamos menos.
Afortunadamente, según el centro responsable del estudio, la risa y el enamoramiento puede ser la mejor terapia. Y desde luego es siempre mejor elección.