Profecía autocumplida, previsión ejecutada, plan organizado. Puede definirse de varias maneras pero parece que los peores temores tras la llegada al poder de Jair Bolsonaro en Brasil respecto al Amazonas se están cumpliendo.

Desde hace dos semanas, cientos de fuegos devoran la mayor selva del planeta. Cada minuto se pierden cuatro hectáreas y ya son claramente visibles desde los satélites en la órbita terrestre.

En lo que llevamos de año, se ha producido un 83% más incendios forestales que en todo 2018. Solo en la última semana se han detectado casi 10.000 nuevos focos en la cuenca del Amazonas.

Mientras la selva arde, organizaciones ecologistas y gobierno de Bolsonaro se culpan mutuamente. Las primeras aseguran que los incendios son una muestra de las políticas que el propio dirigente manifestó nada más ser elegido: permitir a mineros y ganaderos explotar zonas que hasta ahora estaban reservadas. 
 

Comandos incendiarios

Los ecologistas aseguran que comando pagados por compañías con intereses comerciales son los responsables de los incendios, que se producen en focos dispersos y siempre a favor de las condiciones de temperatura y viento, lo que contribuye a su propagación. Como prueba argumentan la destitución del director del Instituto Nacional de Investigación Espacial encargado de detectar los focos y de reportar el alcance de cada incendio. Los datos parecieron no gustarle a Bolsonaro.

El presidente, por su parte, se defiende atacando. Bolsonaro ha asegurado que detrás de la mayoría de los incendios están las propias ONG. Su explicación, un tanto retorcida, es que las organizaciones ecologistas están provocando los incendios para degradar la imagen del país y la suya propia. Es, a su juicio, la respuesta a los recortes en subvenciones públicas que el ejecutivo de Bolsonaro ha ejecutado. 

Y ministras, el Amazonas sigue ardiendo. Y ya se ha perdido un 270% más que el año anterior. Y la cifra sigue aumentando al ritmo que avanzan los fuegos.