Por fin han llegado las ansiadas lluvias, pero llegan demasiado tarde para el campo y no lo hacen en la forma y medida que deberían hacerlo. Y es que en España cada vez llueve peor, por eso es urgente que razonemos nuestro consumo de agua.

Si pensamos en el agua de mañana, aquella de la que deberán disponer las generaciones futuras, resulta absolutamente disparatado seguir soñando en multiplicar la demanda en un país gangrenado por la desertificación y al que todos los informes científicos sitúan en la zona cero del cambio climático.

Nuestro gobierno debe dedicar mayores esfuerzos a desarrollar las infraestructuras destinadas a mejorar la calidad del agua, destinando más recursos a la depuración de las aguas residuales y a evitar la contaminación de los acuíferos. Debe apostar por el reaprovechamiento para reducir la captación del medio y redoblar los esfuerzos para proteger de una manera mucho más eficaz la salud de los ecosistemas acuáticos. En este sentido no parece apropiado seguir impulsando el regadío en un futuro incierto para la agricultura comunitaria, en el que cada vez serán más escasas las ayudas y mucho más competitivo el mercado global de productos agrícolas.

Pero para racionalizar el consumo en el sector agrario hay que llamar al orden a los que basan su producción en el derroche, a aquellos que malbaratan el agua porque les sale más barato que invertir en las reformas necesarias para favorecer su ahorro, y eso significa encararse con las grandes industrias del regadío para las que las medidas de ahorro no cuentan. 

Hay que establecer un nuevo marco tarifario que incentive la eficiencia en el riego agrícola. Debemos revisar el plan de regadíos y dejar de seguir soñando en nuevos trasvases, más canales y nuevos mapas de cultivo. Si persistimos en esa absurda idea de canalizar la escasez lo único que haremos será llevar escasez a los campos, escasez y frustración.

La mejora de los sistemas de regadío, la modernización y readaptación de los cultivos y el acceso a las nuevas tecnologías destinadas a la optimización de los sistemas son las herramientas principales para lograr una mejora importante en la gestión del agua de riego agrícola en España, al que corresponden más de tres cuartas partes del consumo total. Cualquier esfuerzo realizado en este importante ámbito superará con creces los resultados que se puedan obtener en el resto (urbano, industrial o doméstico) ya que el volumen de ahorro que se puede obtener no permite comparación alguna.

Otro punto a revisar es el desarrollo de los monocultivos de carácter intensivo que exigen un rendimiento a la tierra muy por encima de sus posibilidades. Plantaciones de especies que exigen mayores recursos hídricos en su desarrollo que las que se basan en especies adaptadas al clima de la región. Para concretar el problema basten unos datos: hace 10.000 años la población humana apenas superaba los 5 millones de habitantes y sin embargo se abastecía de cerca de 50.000 variedades de plantas comestibles, todas ellas cultivadas en sus regiones autóctonas y por lo tanto perfectamente adaptadas al entorno.

En cambio hoy en día los casi 8.000 millones de personas que poblamos el planeta hemos reducido nuestro catálogo de plantas comestibles a menos de 500 especies que se explotan por igual en zonas que carecen de las condiciones naturales para acoger su cultivo, exigiendo un sobreesfuerzo agrícola de adaptación al entorno y agotando recursos hídricos que generan carencias en el suministro a la población y ponen en peligro los ecosistemas naturales, tal y como estamos comprobando en el propio Parque Nacional de Doñana, gravemente amenazado por las extracciones ilegales para el cultivo intensivo de la fresa.