Me llamo Lucía y soy una estudiante universitaria que entra dentro de la media. Tal vez el término estudiante no deje bien claro la condición de mujer, que aunque no lo creáis, marca la diferencia. Es decir: Me llamo Lucía, soy mujer y estudio.

Mi experiencia en la universidad

Nunca pensé que en la universidad ser mujer importara realmente. Pero lo cierto es que serlo importa siempre, sin importar a quién o qué situación te enfrentes. El género estará constantemente presente para marcar un camino limitado. A veces, resulta absurdo pensar que en un lugar donde, al final, eres un número más de una lista inmensa y formas parte de un todo más grande, hay una diferencia marcada entre ser visibilizado como hombre o no. Estudio audiovisuales. Me metí en la carrera siguiendo mi vocación. Desde siempre, comunicar me ha fascinado. Pero desde el día uno comprendí que por ser mujer se esperaba de mi un discurso determinado y unos objetivos ya preestablecidos. Para empezar, el temario era claramente masculinizado: la historia del cine era una sucesión de nombres masculinos interminables. ¿Y la visión femenina? ¿Y la perspectiva de género? Jamás las escontrábamos y como mucho veíamos a una Cleo desorientada de 5 a 7. Pocas veces hemos oído nombres femeninos. Nos contaron sobre Ada Lovelace, nadie más que la hija de Lord Byron. Alguna vez, una Lois Weber se impuso, tachada de radical y revolucionaria por hablar del deseo de no tener hijos en el cine mudo. Pero con el tiempo, los nombres femeninos se han ido reduciendo y poco a poco, empecé a sentir la hostilidad o la indiferencia.

¿Y mi espacio como mujer?

Siempre se hablaba de los futuros "directores y realizadores" de la sala. Para ser un buen realizador, había que ser constante, fuerte, templado... prácticamente, como decían, hombre. ¿Las mujeres? unas histéricas, como había oído decir a un profesor hablando sobre el melodrama. Mi condición me ponía en jaque, pero siempre había pensado que mi tenacidad y resistencia podrían contra todo, a pesar de que mis conocimientos en feminismo me alertaban de que esto no era así. Hasta que he empezado a trabaja en un grupo exclusivamente masculino, siendo yo la excepción y única chica. Con ellos,  me he encontrado silencio y evaluación. Con ellos he reafirmado lo que el feminismo me había enseñado: ser mujer marca una diferencia fundamental y para mal en este mundo. No quisiera victimizarme ni caer en la problemática de parecer exagerada, pero lo cierto es que trabajar solo con hombres ha sido terrible para mí. He notado una exigencia constante de demostrar que valgo para algo y una facilidad asombrosa para que mis palabras no penetraran. Me han ignorado en reuniones, me han dejado de lado para trabajar y han mantenido unos estándares mucho más altos que para los otros compañeros. Se me ha cuestionado constantemente y si he fallado, en lugar de ayudarme, me han tachado de débil. Todo esto, sin ninguna hostilidad por parte de ellos: simplemente es la forma de trabajar. Nunca me había encontrado una situación así y lo que más me fascina es la ignorancia con la que mis compañeros me discriminan, ni siquiera son conscientes de lo que están haciendo, simplemente tienen unas reglas del juego muy distintas para mí.

Por ello, este 8 de marzo es distinto

Esta experiencia ha hecho mucho más especial este 8 de marzo, porque por primera vez he entendido en mis carnes aquella frase que ya había oído: "una mujer debe trabajar el doble para ser considerada la mitad". Tan doloroso como cierto, así que este 8 de marzo, por primera vez en mi vida, soy consciente al 100% de lo que significa paridad de género y de lo importante que es respetar a la mujer en el espacio de trabajo.

En ocasiones la frustración con mis compañeros era dolorosa. La discriminación que sufría, como mujer (encima con problemas de salud) era únicamente justificable por todo un sistema que sostenía el poder de hacer eso. Así que sí, el 8 de marzo es importante; la paridad de género es esencial y la protección de las trabajadoras y estudiantes es necesaria.

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No es un camino fácil y, ni siquiera, trazado. Es un trabajo de todos, mujeres y hombres, y requiere de paciencia. Hay mucho por lo que luchar, muchos derechos que exigir. Aún hay que aprender a escuchar, aún hay que aprender a comprender. Es por eso que este 8 de marzo, en el que se conmemora el asesinato de mujeres huelguistas que pedían derechos laborales dignos, es el deber de las mujeres el alzar sus voces y el de les hombres escuchar.
Y, por favor, que se mantenga esta dinámica durante mucho tiempo hasta que ya no haga falta.   Imagen de Unsplash en CC para Pixabay