Durante más de cuatro décadas, la palabra “divorcio” estuvo prácticamente desterrada del vocabulario jurídico español. El franquismo convirtió el matrimonio en un vínculo indisoluble, inspirado en la doctrina católica y blindado por leyes que impedían cualquier posibilidad de ruptura. No fue hasta 1981, seis años después de la muerte de Francisco Franco y en plena transición democrática, cuando España reconoció de nuevo el derecho a divorciarse -que ya tuvo vigencia durante la II República, en una normativa pionera que fue enterrada por el régimen franquista-.
Un matrimonio sin salida: el franquismo y la indisolubilidad
Tras la Guerra Civil, el régimen franquista derogó la Ley de Divorcio de 1932 establecida por la Segunda República. Con el Decreto de 1938, todos los divorcios concedidos durante el periodo republicano quedaron anulados y las parejas fueron consideradas nuevamente casadas ante el Estado.
El franquismo adoptó una concepción profundamente católica del matrimonio. La legislación civil quedó subordinada al derecho canónico, y la ruptura del vínculo se hizo imposible. La única válvula de escape era la separación de cuerpos, una figura que permitía a los cónyuges dejar de convivir en casos muy extremos -malos tratos probados, abandono o adulterio-, pero sin libertad para rehacer su vida ni volver a casarse.
Abogados y jueces de la época recuerdan procesos largos, humillantes y moralizantes. Los tribunales investigaban la “culpabilidad” del cónyuge, en un sistema donde la mujer solía ser especialmente perjudicada por prejuicios sociales y jurídicos.
Los años 60 y 70: presión social y contradicciones
Con el desarrollismo y la apertura económica, comenzaron a aparecer grietas en el muro legal. Crecieron las separaciones de hecho y muchos matrimonios rotos convivían en una especie de limbo jurídico. España enviaba miles de emigrantes a Europa, donde algunos obtenían divorcios civiles en países como Francia o Alemania, pero al volver, estos no eran reconocidos.
Al mismo tiempo, los movimientos sociales, feministas y algunos sectores del catolicismo reformista empezaron a cuestionar la situación. La sociedad española estaba cambiando más rápido que sus leyes.
El debate en democracia: un país dividido
Tras la muerte de Franco en 1975 y la aprobación de la Constitución de 1978 -que reconocía la igualdad entre hombre y mujer y la libertad religiosa-, la regulación del divorcio se convirtió en un tema inevitable. El artículo 32 dejaba la puerta abierta al legislador: “La ley regulará las formas de matrimonio y las causas de separación y disolución”.
Lo que vino después fue uno de los debates parlamentarios más intensos de la joven democracia. Sectores conservadores alertaban de la “desintegración de la familia”, mientras otros hablaban de un derecho básico: poder poner fin a un matrimonio irrecuperable.
La figura central de este proceso fue Francisco Fernández Ordóñez, ministro de Justicia en el primer gobierno de UCD. Defendió una ley que conciliara la libertad individual con garantías jurídicas. No sin resistencias -incluidas dimisiones internas en su partido-, logró llevar adelante el proyecto.
1981: España recupera el divorcio
El 22 de junio de 1981, el Congreso aprobó definitivamente la Ley del Divorcio, que entró en vigor el 7 de julio. Era una norma prudente, con un sistema de “doble trámite” que obligaba a demostrar causas objetivas de ruptura y cumplir plazos. Pero, pese a sus limitaciones, fue un hito histórico.
En los meses siguientes, los juzgados se vieron desbordados por miles de solicitudes. Muchas correspondían a parejas separadas durante años o incluso décadas. La ley no solo cambiaba la vida de los matrimonios rotos: simbolizaba la modernización del país.
El divorcio de 1981 abrió el camino a reformas posteriores, como la Ley del Divorcio Exprés de 2005. Hoy, España cuenta con uno de los sistemas más garantistas y flexibles de Europa.
Mirar atrás recuerda la enorme distancia que separa la España del franquismo, donde la disolución matrimonial era un tabú, y la sociedad actual. La evolución legal del divorcio es también la historia de un país que reclamó la libertad de decidir sobre su propia vida.

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