Si su sueño de toda la vida es nadar con tiburones, puede que no esté tan lejos de hacerlo realidad. Y, además, en su piscina o en su bañera. Aunque en este último caso, nadar lo que se dice nadar, tal vez no sea posible…

¿Es un pez, es un robot? Hacer esa pregunta en la tienda de mascotas de su barrio podía parecer ciencia ficción –o incluso algo peor-, hasta ayer. Porque hoy, un equipo de ingenieros del MIT (Massachusetts Institute of Technology) ha presentado un pez-robot. Su principal característica: es blando.

Los robots blandos (soft robots) están de moda entre los investigadores. Los científicos tienen claras las ventajas que proporcionan: "Con las máquinas blandas, se elimina el principal problema en su planificación", señala Daniela Rus, directora del Laboratorio de Ciencia Informática e Inteligencia Artificial del MIT. En efecto, la clave en la mayoría de los sistemas de movimiento de los robots es evitar las colisiones, lo que implica una menor eficiencia motora.

Con los robots blandos, sin embargo, los choques no suponen ningún peligro ni para ellos mismos, ni para el entorno. "Pueden incluso ser una ventaja porque utilizan esos puntos de contacto como forma de llegar más rápido a su destino", explica Rus.

Andrew Marchese, doctorando en el EECS del MIT (derecha), y la doctora Da-niela Rus, profesora en EECS y directora de CSAIL, sostienen el pez-robot desarrollado por Distributed Robotics Laboratory. M. SCOTT BRAUER



Un cuerpo para huir
Pero ese no es el verdadero objetivo del pez-robot. Según Rus, "el hecho de que el cuerpo se deforme continuamente da a estas máquinas un rango de configuraciones infinito, lo que es imposible con las que usan bisagras". Además, esa flexibilidad es lo que hace posible que pueda cambiar de dirección a toda velocidad, algo que sería imposible con una estructura rígida.

El pez es capaz de realizar hasta 30 maniobras de escape. Para efectuarlas utiliza dióxido de carbono, aunque los inventores ya están trabajando en un nuevo prototipo que usará agua, lo que le permitirá nadar durante 30 minutos, según explica Andrew Marchese, el investigador principal del proyecto.

Descubrimiento accidental
En la ciencia también influye la suerte. El propio Marchese cuenta cómo han descubierto que el pez robot funciona, en el fondo, como sus congéneres de la naturaleza. La velocidad depende del diámetro de la boquilla por la que circula el gas –o el agua en el nuevo prototipo-. El ángulo de giro –que puede llegar hasta los cien grados-, por su parte,  está determinado por el tiempo que aquélla permanece abierta. "Para ser honesto, no los diseñamos así por eso. Lo hicimos para que pareciese un pez, pero nos encontramos con los mismos parámetros que en los reales".

Una casualidad que puede tener multitud de aplicaciones, según Marchese. "Si diseñamos criaturas artificiales inspiradas en un bio-comportamiento concreto, tal vez la solución de ingeniería pueda servir como hipótesis para entender si la naturaleza lo hace igual".

Con una impresora 3D
Al parecer, no sólo podremos nadar con los tiburones en la piscina, sino que los fabricaremos en nuestra propia casa. Con Marchese han colaborado los investigadores que están trabajando en robots imprimibles. Para los moldes de silicona y polímero que han servido para construir el pez robot se ha utilizado la impresora 3D del laboratorio.