Lo que para muchos -casi todos- es una actividad prácticamente cotidiana, como escuchar el último éxito de Rosalía, ver una película en la televisión, o la nueva temporada de nuestra serie favorita en la plataforma de turno; se convierte en algo excepcional o incluso inexistente cuando se trata de lo que los expertos denominan “alta cultura”: ópera, música clásica, teatro, ballet y danza.

Y, para quienes le echan la culpa al precio de los espectáculos, lamentamos comunicarles que su tesis no se sostiene, porque en el ámbito digital sucede lo mismo que en el físico. Así lo demuestra una investigación llevada a cabo por dos economistas de la Universidad de Valencia, Juan de Dios Montoro y Manuel Cuadrado, que ha publicado recientemente el Observatorio Social de laCaixa.

Las principales conclusiones de su estudio son, en primer lugar, que la participación digital supone una ampliación, aunque marginal, de la audiencia; en segundo lugar, si bien el consumo digital permite eliminar algunas restricciones (principalmente las de carácter económico), también genera trabas vinculadas al acceso y el uso de las tecnologías de la información. Así nos los explica Juan de Dios Montoro en una entrevista concedida a El Telescopio.

El consumo digital reduce las barreras económicas, pero también genera otras relacionadas con el acceso a la tecnología

Pregunta: Según vuestro estudio, consumen más las mujeres de más edad
Respuesta: El perfil del consumidor de alta cultura en general es mayoritariamente femenino. Es un resultado consistente entre países y a lo largo del tiempo. Y es cierto que hay una influencia de la edad. Los economistas hablamos de consumo cultural como una adicción racional. Es decir, uno se habitúa a algo y cuanto más consume, mayor hábito tiene por esa práctica. Es decir, uno puede empezar yendo a la ópera o al teatro de forma accidental y conforme va consumiendo más y tiene más experiencias que se van acumulando en su acervo, que nosotros denominamos capital cultural, se va acumulando en su experiencia individual y a partir de la experiencia pasada, uno es mucho más propenso o tiene mayor tendencia a participar.

El perfil temporal refleja esa dinámica. Conforme nos vamos haciendo mayores, tenemos un mayor acervo, una mayor experiencia acumulada y podemos tener mayor tendencia a consumir esos contenidos culturales. Hay un punto de agotamiento que llega en puntos diferentes en lo físico y lo digital, pero hay un punto en el cual la tendencia a consumir más se revierte. Hay una primera etapa en la que uno tiende a consumir más cultura. Pero llega un momento que esa tendencia se agota.

P:¿Hay muchas diferencias entre el consumo en el mundo físico y el digital?
R:Partíamos de la base de que era muy probable que encontrásemos patrones muy similares en ambas esferas: digital y físico. El consumo digital -con datos de 2014-15- amplía marginalmente la audiencia, pero no tiene un efecto demoledor. Probablemente porque se trata manifestaciones que son exigentes, en las que los individuos necesitan una serie de recursos para saber descodificarlas o interpretarlas. Es mucho más sencillo ver una película o escuchar música o ver un concierto  de música popular online, que ver una ópera o un espectáculo de ballet. Quizá ese hecho podría explicar o ser una de las causas subyacentes.

Parece que exista una segregación en cuanto a los entornos urbanos, tanto en el mundo físico como en el digital, cuando no debería ser así

P:¿Qué más barreras para el consumo habéis encontrado?
R: Si uno vive en Madrid es más probable que asista al teatro. Por el simple hecho de que hay una mayor variedad de oferta. A la hora de planificar tu ocio, lo incluyes como una de las opciones. Esto, que es obvio en el contexto físico, aparece también en el digital. Eso nos chocó mucho. Parece que exista una segregación, por decirlo de alguna manera, en cuanto a los entornos urbanos con más oferta cultural y el resto de entornos, tanto en el mundo físico como en el digital, cuando no debería ser así.

La existencia de una brecha digital entre el mundo urbano y el rural podría ser un elemento a tener en cuenta

P:¿Puede ser falta de interés?
R:En parte puede suceder que la gente se autosegregue, pero que sea tan marcado era lo que nos chocaba. Las explicaciones pueden estar relacionadas con las infraestructuras de acceso, por la existencia de una brecha digital entre el mundo urbano y el rural que podría ser un elemento a tener en cuenta. Si uno de los objetivos en política cultural es ampliar públicos, una forma de conseguirlo es aproximar estas manifestaciones a la gente, a través de internet se puede dar accesibilidad a ellas. Pero si la gente tiene problemas para acceder a internet, esta cadena se rompe.

P: ¿Hasta qué punto afectan los factores económicos?
R: La probabilidad de participar en manifestaciones culturales físicas cuando estás en paro se ve notablemente disminuida. Sin embargo, este resultado se invertía para el caso del digital. Con lo cual, de alguna forma se demuestra que la participación digital puede ser un sustituto en el caso de que los individuos tuviesen una restricción económica, por una situación concreta.

P: ¿Cuál es entonces el reto?
R:Lo que cuenta es la acumulación de experiencias. Por eso, la educación en cultura desde momentos tempranos tiene un impacto directo en la participación en el futuro.