Imaginemos por un momento que internet deja de funcionar durante dos días completos. No una caída puntual, sino un fallo generalizado. Aunque suene a argumento de serie, los expertos coinciden en que no es una hipótesis descabellada. Ataques informáticos, errores masivos, fallos de infraestructuras o fenómenos extremos podrían provocar un escenario similar.

Un escenario que parece extremo, pero no imposible

La pregunta no es si ocurrirá, sino qué pasaría si ocurriera hoy en un país tan digitalizado como España. En mi caso, tengo claro que se me complicaría muchísimo la vida. Para empezar, nunca tengo dinero en efectivo, así que, probablemente, no podría ni comprar comida. Pero las repercusiones pueden ir mucho más allá.

Pagos y consumo: el primer gran impacto

En efecto, el impacto más inmediato sería económico. Pagos con tarjeta, transferencias, apps bancarias y cajeros conectados dejarían de funcionar o lo harían de forma limitada. Muchos comercios no podrían cobrar y los consumidores se darían cuenta de algo básico: no soy el único que ya casi no lleva efectivo.

En pocas horas, el consumo se ralentizaría drásticamente, especialmente en grandes ciudades, donde el pago digital es la norma. Por supuesto, ni siquiera voy a plantear qué pasaría en términos de desórdenes, gente asaltando comercios para conseguir comida y demás.

Trabajo y empresas: parón casi total

El teletrabajo se detendría de inmediato. Correos, plataformas colaborativas, reuniones online y accesos remotos quedarían inutilizados. Incluso empresas presenciales dependen de sistemas conectados para logística, pedidos y gestión interna.

Un apagón digital no sería solo una molestia, sino un golpe directo en la productividad nacional.

Transporte, movilidad y servicios públicos

Las aplicaciones de transporte, información en tiempo real, sistemas de tráfico y reservas quedarían fuera de servicio. Aunque el transporte seguiría funcionando de forma básica, la experiencia sería caótica. En algunas ciudades, puede que no estuvieran operativos ni los semáforos.

Los servicios públicos también se verían afectados: citas, expedientes, notificaciones y plataformas administrativas dependen de internet para operar con normalidad.

Sanidad y emergencias: los sistemas críticos

Los hospitales cuentan con sistemas de respaldo, pero un apagón prolongado complicaría la gestión de historiales, pruebas y coordinación. La sanidad no se colapsaría, pero trabajaría con limitaciones, con menor eficiencia y mayor presión sobre el personal.

Aquí se pone de relieve una paradoja: cuanto más digital es un sistema, más dependiente se vuelve de su conectividad.

La vida social y emocional sin red

Más allá de lo práctico, el impacto psicológico sería notable. Sin mensajería instantánea ni redes sociales, la comunicación se ralentizaría. Algunos lo vivirían como liberador; otros, como una fuente de ansiedad.

Curiosamente, algunas experiencias pasadas muestran que, tras el desconcierto inicial, muchas personas recuperan formas de comunicación más directas: llamadas, encuentros presenciales y planificación previa.

¿Está España preparada para un apagón digital?

La respuesta corta es: parcialmente. Existen planes de contingencia para infraestructuras críticas, pero a nivel ciudadano y empresarial la dependencia es muy alta y la cultura de prevención, baja.

Tener efectivo, conocer procedimientos offline y no delegar todo en una sola plataforma son medidas básicas que apenas se practican.

¿Puede pasar de verdad?

Me temo que la respuesta a esta pregunta es sí. Ha ocurrido a menor escala en distintos países. Y no podemos dejar de lado las redes de hackers promovidas por algunas naciones, que realizan ataques coordinados contra todo tipo de infraestructuras críticas.

Otra pregunta es cuánto duraríamos sin internet. Algunos expertos aseguran que, sobre todo a partir de las 48 horas, se producirían graves alteraciones en la vida cotidiana. Los sectores que sufrirían más serían banca, comercio, trabajo digital y administración. Pero eso no significa necesariamente que estemos excesivamente digitalizados, sino poco preparados para fallos prolongados. Es decir: la red que nos conecta también nos hace vulnerables

La digitalización ha mejorado la vida en muchos aspectos, pero también ha creado nuevas dependencias. Pensar en un apagón digital no es alarmismo, sino un ejercicio de realismo. Cuanto más conectados estamos, más importante es saber qué hacer cuando la conexión falla.

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