Marta Domínguez Folgueras es asturiana. Hizo su tesis en sociología y después de pasar por Madrid y Barcelona, terminó en París hace siete años, porque “con la crisis, la cosa estaba muy difícil en la Universidad”. Allí da clases e investiga “temas relacionados con la familia, el género y, entre otras cosas, sobre la división de tareas desde el punto de vista del tiempo”. Es decir, el famoso “segundo turno”, término acuñado por una de sus investigadoras de referencia, Arlie Hochschild, en su libro "The double shift".

Ahora acaba de publicar un artículo en el Observatorio Social de “laCaixa” titulado ¿Cuánto vale el trabajo doméstico en España? en el que analiza el valor del trabajo doméstico en España y, sobre todo, las diferencias en el tiempo dedicado a él por hombres y mujeres, en base a las investigaciones de Angulo y Hernández, recogidas en su estudio Propuesta de cuenta de producción de los hogares en España en 2010. Estimación de la serie 2003-2010 [es ella misma quien insiste en que les dé el crédito a ellos]. Según sus conclusiones, el trabajo doméstico en nuestro país tiene un valor de más de 426.372 millones de euros, lo que supone un 40,77 por ciento del PIB.

La "carga mental" del trabajo doméstico es difícil de medir

Hablamos con ella de la importancia de reconocer y retribuir esta parte tan importante de nuestra economía y del tiempo de las personas. En especial, como por desgracia era previsible, en el caso de las mujeres.

¿Por qué hay que asignar un valor al trabajo doméstico?
Es una labor que normalmente no valoramos y atribuirle un valor económico es una forma de hacerla visible y de que muchas personas se den cuenta de la cantidad de tiempo y esfuerzo que supone. También es una manera de hacer que se considere un trabajo. Y un trabajo implica un sueldo y el reconocimiento con un valor económico. Es un tipo de trabajo que se hace de manera gratuita, que no se paga, pero contribuye al bienestar de todos.

¿Qué fórmula podría haber para retribuirlo?
Hay varias formas de remunerarlo. Puede haber una renta básica, como forma de reconocimiento para los cuidados a la dependencia, por ejemplo. Valorar que hay personas que dedican gran parte del día a cuidar a otras personas y eso requiere un pago por parte del Estado. La reflexión es cuánto pagamos por ese tipo de trabajo cuando efectivamente pagamos a alguien por realizarlo.

Lo que hay detrás son unos volúmenes de tiempo muy importantes y que están repartidos de manera no igualitaria

¿Cómo se puede valorar?
Calculamos cuánto tiempo lleva el trabajo y luego lo multiplicamos por cuánto pagaríamos por hora a alguien por hacerlo. Pero el sueldo en el trabajo doméstico es muy bajo. Otra forma de hacerlo es tener en cuenta lo que la persona que hace esas labores no pagadas está dejando de hacer como trabajo remunerado. Está perdiendo quizá la oportunidad de dedicar más horas a su trabajo normal y ser pagada por ello. Para calcular el valor económico del trabajo doméstico, utilizaríamos el sueldo de esa persona. Y esas estimaciones son mucho más altas, claro. Lo que hay detrás de todo esto además de la valoración económica, son unos volúmenes de tiempo muy importantes y que están repartidos de manera no igualitaria, eso está claro.

Para los menores de 50 años, un hombre que trabaja a tiempo completo dedica una media de 95 minutos al día a trabajo doméstico y de cuidados. Una mujer que trabaja a tiempo completo dedica 185, el doble

Creí que eso estaba cambiando…
​Para los menores de 50 años, un hombre que trabaja a tiempo completo dedica una media de 95 minutos al día a trabajo doméstico y de cuidados. Una mujer que trabaja a tiempo completo dedica 185, el doble.
La tendencia está cambiando, no lo vamos a negar. Pero, aunque es un poco más igualitario que antes, sigue muy lejos de una igualdad real. Hay que preguntarse por qué o cómo llegamos a esto. Tenemos datos de cuarenta o cincuenta años en algunos países -en España menos- y la tendencia que se ve es que la diferencia entre hombres y mujeres se ha ido reduciendo un poco. Eso se debe a que los hombres están haciendo más, pero sobre todo a que las mujeres están haciendo menos.
La pregunta es hasta qué punto queda margen para seguir reduciendo esa diferencia o hemos llegado a un momento en el que se ha frenado el cambio y ya no vamos a avanzar más. y es una pregunta que está abierta y necesitamos más datos para responderla. Los próximos datos del INE están a punto de salir y quizá con ellos podremos saber si hemos seguido cambiando o nos hemos estancado.

No podemos medir el tiempo que pasamos pensando y organizando

¿Qué otros factores son importantes?
Hay cosas que no se pueden medir. Tenemos en cuenta el tiempo que se dedica a realizar las tareas. Pero no el que pasamos pensando y organizando, decidiendo quién va a buscar a los niños o haciendo la lista de la compra. A veces se utiliza la etiqueta “carga mental” para describirlo y es una carga real. Hay que ver cómo se reparten las tareas, pero también cómo se reparten las responsabilidades y la presión de ser el responsable de esas tareas. Y eso es una parte de la igualdad que es muy difícil de valorar porque es muy difícil de medir.
Tendríamos que preguntarnos -y yo creo que es una gran cuestión social- por qué valoramos más unas formas de trabajo que otras, qué hace que un trabajo tenga un sueldo muy alto. Normalmente está la idea de que requiere unas competencias, una educación, una especialización… Y da la sensación de que el trabajo doméstico y los cuidados no lo requieren esa preparación, cosa que es relativamente discutible. Además, por ejemplo el cuidado de un mayor dependiente es un trabajo muy duro desde el punto de vista físico. Y no reconocemos esa dureza y lo recompensamos como podemos hacer con otros que tienen esa dimensión física y emocional.

A mí lo del 40,77 por ciento del PIB me parece muchísimo.
Depende de cómo se calcule salen cifras un poco distintas. Pero el número no es lo más importante, sino el volumen de tiempo que hay detrás.

¿Qué podemos hacer para darle la vuelta?
Existen determinadas estrategias que se identifican con datos más cualitativos. Por ejemplo, “hacerse el tonto”, que es muy fácil. Decir que la lavadora es muy complicada, cómo se lava cada tipo de ropa, la temperatura… O reducir las necesidades. Se lo explico a mis estudiantes, es cuando dices “bah, yo no tengo hambre, con un bocadillo ya está. Ahora, si tú quieres cocinar para ti… Pero por mí no hace falta”. Es transferir la responsabilidad a otra persona. Y, en una relación de pareja, cuando lo haces, para la otra persona es muy difícil tener que estar pidiéndote constantemente que hagas algo. Es un coste, no es agradable, a nadie le gusta ser el pesado.
De manera natural, las mujeres siempre van a acabar encargándose de estos trabajos, porque han sido educadas en ello. Hay que tener una conversación abierta y, sobre todo, establecer un sistema: desde una tabla con distintas tareas, hasta un sistema de puntos. Tener responsabilidad sobre determinadas tareas y que no siempre sea el mismo quien la tenga: la lavadora es tuya, la compra es mía… Y ser capaces de elevar los estándares de limpieza, de nivel de elaboración: si tú estás toda la mañana preparando la comida, yo hago algo que me ocupe el mismo tiempo.