Escribo esta columna antes de conocer el resultado electoral. Salvo sorpresa de última hora, parece poco probable que ningún partido político alcance, por sí solo, la mayoría suficiente para gobernar, y, a partir de hoy, lunes, nuestra vida política contemplará cómo el peso parlamentario de la extrema derecha se incrementa como no hubiéramos imaginado hace apenas un año.

El nuevo gobierno que se logre acordar en el plazo previsto tendrá que hacer frente a una nueva situación de nuestra economía. La Comisión Europea ha presentado esta semana sus previsiones para el año 2020 y los datos han empeorado, y, aunque no se divisa ninguna recesión por el camino, el crecimiento económico se ha debilitado sobremanera, rebajando nuestras expectativas de crecimiento para 2019, 2020 y 2021, con tasa en los tres casos por debajo del 2%. Sigue siendo un crecimiento superior al de la eurozona, pero es inferior al ciclo que hemos vivido desde 2014. España se apunta así a los crecimientos débiles de fin de ciclo, esperando que ningún accidente adicional convierta en una recesión estas magras cifras. Riesgos no faltan: seguimos sin tener un panorama claro para la salida del Reino Unido de la Unión Europea, y, aunque parece que se está avanzando en la conformación de un acuerdo que ponga fin a la guerra comercial de Estados Unidos con China, la situación sigue siendo vulnerable.

Las condiciones en las que España se enfrenta a esta situación tienen algunas debilidades que urge retomar: aunque la deuda privada se ha reducido en gran medida, la deuda pública sigue en cifras muy altas, y el déficit público no parece que vaya a bajar mucho de las cifras del año pasado, situándose en torno al 2,3% para este año y el 2,1% para el año que viene. Una consolidación fiscal que la Comisión Europea considera insuficiente, aun cuando estamos ya fuera del procedimiento de déficit excesivo. El plan presupuestario presentado en octubre no incluía medidas adicionales, y la Comisión anunció que España mantenía su riesgo de desviación significativa de sus objetivos a largo plazo.

El nuevo gobierno tendrá que hacer frente a esta realidad con unos presupuestos prorrogados, y todo indica que, salvo que se batan todos los récords de elaboración presupuestaria, iniciaremos 2020 con los presupuestos de 2018, una situación que habla bien del impacto económico del bloqueo político.

Que tarde o temprano España iba a converger con su tasa de crecimiento potencial era notorio y anunciado. Una tasa que ronda alrededor del 1,4% para los próximos años, de acuerdo con los cálculos de la Comisión Europea, lo cual significa aproximadamente la mitad del crecimiento potencial que tuvimos en los años previos a la crisis.

Crecimiento del PIB

El crecimiento potencial depende fundamentalmente de tres factores: del crecimiento del empleo, del crecimiento de la inversión y, muy especialmente, del crecimiento de la productividad, elemento en el que España ha flaqueado tradicionalmente. La receta para recuperar crecimiento potencial depende del modelo de producción, incluyendo no sólo una mayor inversión en innovación, sino también un incremento del capital intangible, como la sofisticación de los modelos de negocio, la cualificación de los trabajadores, la calidad de la gerencia de las empresas o la apertura y nivel de competencia en los mercados de bienes y servicios. Elementos todos ellos que requieren de reformas productivas para las que la acción del gobierno y el parlamento son esenciales, en un contexto de envejecimiento de la población y de transformación digital de la economía.

Todo ello en un país donde la desigualdad y la pobreza sigue en cifras alarmantes, en el que los años de la recuperación ha favorecido fundamentalmente a los más ricos, y sólo durante el último año ha tenido un impacto significativo en los más pobres.

Estos son los retos que debe enfrentar el nuevo gobierno: navegar la desaceleración, mejorar la situación fiscal de nuestra economía, incrementar el crecimiento potencial a través de una mayor productividad, y rebajar sustancialmente los niveles de desigualdad y pobreza. No nos retos menores, si además añadimos la necesidad imperiosa de dar pasos decidido en la transición energética hacia una economía baja en carbono. Las reformas necesitarán de un amplio nivel de consenso y de acuerdo para sacar adelante importantes transformaciones. El escenario parlamentario que se ha dibujado en estas elecciones complica el proceso, pero no debemos perder la esperanza. Si se consolida un liderazgo adecuado, y los partidos políticos entienden que ha llegado el momento de dejar de lado la fase confrontativa y pasar a una fase colaborativa, podremos ver acuerdos que pueden ayudar a nuestra prosperidad presente y futura. La negociación de los presupuestos de 2020 será un momento decisivo. Y en esta negociación se mostrará el grado de madurez de nuestra democracia. No podemos esperar más y no podemos seguir jugando a la ruleta rusa.