Aunque la Gran Crisis financiera del 2008 comenzó en los EE. UU., la ruptura que desencadenó tuvo sus consecuencias más graves en Europa.

Una década más tarde, las economías de los Estados Unidos y la Unión Europea se han recuperado pero de manera asimétrica . Algunos de los países europeos más afectados, Grecia, Italia ,Portugal y en menor medida España, no están todavía en una forma óptima.

Podemos afirmar que la crisis financiera no ha llegado a terminar en algunos lugares

Las consecuencias políticas en Europa también se han mantenido. Hay quienes afirman que el impacto de la crisis influyó en la elección de Donald Trump, aunque su causa fundamental se origina de una mezcla de conflictos raciales y culturales que han persistido por un largo periodo de tiempo.

Pero la victoria del referéndum para abandonar la Unión Europea, que ahora amenaza con infligir un daño permanente en el Reino Unido, se vio precipitada en parte por el hecho de que las instituciones de la UE no pudieron hacer frente a la crisis de deuda soberana a principios de la década de 2010.

Esas instituciones habían sido débiles desde el principio. Debido a que la zona del euro tenía una moneda unificada, era imposible utilizar las devaluaciones del tipo de cambio para ayudar a Grecia y otros países afectados por la crisis, algo que habría sido posible si los países hubieran tenido monedas nacionales. Y como la Unión Europea no tenía una política fiscal unificada, era difícil rescatar a Grecia a través de transferencias de estados miembros económicamente vigorosos como Alemania.

La verdadera solución a la crisis fue haber coordinado los rescates de los bancos europeos (que habían prestado dinero a otros países inestables) y las compras de bonos por parte del Banco Central Europeo, básicamente la misma solución aplicada en Estados Unidos.

Pero la resistencia del electorado de Alemania, así como un sesgo cultural contra el estímulo y la flexibilización cuantitativa, retrasaron esta solución por años. Esto demostró la falta de capacidad de respuesta y coordinación inherentes al proyecto de la Unión Europea.

La integración europea había sido un proyecto frágil desde el principio.

A diferencia de los EE. UU., la Unión Europea está lingüísticamente fragmentada y con muchos siglos de historia de conflictos políticos. Los votantes en Francia y los Países Bajos rechazaron un borrador de Constitución de la Unión Europea en 2005, y el Reino Unido fue y siguió siendo demasiado escéptico para unirse a la zona euro.

Sin la participación total de importantes miembros como Francia y el Reino Unido, la Unión Europea nunca ha sido capaz de acercarse al tipo de unidad nacional que se encuentra en los EE. UU. Por lo tanto, solo consiguió llegar a convertirse en algo a medio camino entre un país y una zona de libre comercio lo que le impidió actuar de manera mas efectiva ante el advenimiento de la Gran Crisis Financiera.

La pregunta es si esa crisis representa un punto de inflexión para Europa, un choque que pueda actuar como catalizador de un declive prolongado e inexorable.

La UE en su conjunto sigue siendo vulnerable a las crisis, pero es cuestionable si los estados europeos más pequeños pueden prosperar como economías independientes. Las empresas, naturalmente, quieren ubicarse donde hay un gran mercado de consumidores. Si la Unión Europea se fragmenta, los países pueden implementar barreras comerciales que harían al continente menos atractivo como mercado y hacer que las empresas migren a otros lugares, como podría suceder ahora en el Reino Unido después del Brexit.

Curiosamente, la fragmentación lingüística e institucional de Europa podría haber sido un punto de inicio positivo precisamente porque la gran cantidad de naciones en competencia aportaban un amplio historial de experiencia política y negociadora común. A diferencia de China donde las políticas centralistas y unificadoras supusieron un freno en su desarrollo durante la época comunista, aunque ahora y después de superar ese costoso proceso , esto puede permitir que se convierta en el centro económico del mundo, mientras que una Europa todavía fragmentada se tambalea.

China se está convirtiendo en el centro mundial para la fabricación de productos electrónicos de alta tecnología, y pronto podrá dominar sectores donde Europa siempre ha mostrado su liderazgo como el sector automovilístico. Y mientras tanto Europa continúa luchando para crear gigantes tecnológicos aunque una regulación torpe y costosa, como la regulación general de protección de datos, probablemente hará que sea más difícil hacerlo.

Más allá de la fragmentación y la obstaculizadora formulación de políticas, Europa sufre de otra debilidad fundamental: las bajas tasas de fertilidad.

La disminución de la población creará tensiones en los sistemas de pensiones y hará que las empresas estén menos interesadas en invertir en el continente.

La política obvia es aumentar la inmigración para mantener los niveles de población, pero Europa, con diferencias sustanciales entre los países que lo integran, no está tradicionalmente acostumbrada a la diversidad ,como lo demuestra la enorme agitación política generada por esta causa que ha llevado al Reino Unido a decidir salirse de la Unión Europea, a la escalada inquietante de partidos nacionalistas xenófobos y a la desaparición del escenario bipartidista en los principales países además de los problemas que se originan de unos mercados laborales demasiado rígidos para absorber a un gran número de recién llegados.

Así que hay razones para creer que los historiadores futuros pueden ver la crisis financiera como el punto de inflexión cuando Europa comenzó su decadencia. El periodo de paz, prosperidad y estabilidad entre los entre el final de la Segunda Guerra Mundial y 2008 puede haber sido simplemente una breve meseta soleada entre el ascenso y la caída de un continente cuya tecnología y economía alguna vez dominaron el mundo. Los líderes de Europa deberían dedicar la mayor parte de su tiempo y esfuerzo a pensar cómo evitarlo.