Ha sido una semana negra para el sistema financiero: pese a los intentos del gobierno de Estados Unidos de cortar la sangría producida por la quiebra del Silicon Valley Bank, la caída del Signature Bank y las dificultades del First Republic Bank en Estados Unidos, y el rescate apresurado del Credit Suisse, han encendido todas las alarmas del sector financiero, con fuertes caídas en bolsa y la extensión generalizada de que la crisis de 2008 podría volver a repetirse, solo que en un contexto de mucha mayor debilidad económica y estratégica. La razón de estas caídas bancarias es múltiple: el Credit Suisse venía acumulando pérdidas enormes debidas a su exposición a un fondo de inversión pésimamente gestionado, que le ha llevado a tener pérdidas multimillonarias en los últimos años. El SVB se encontró con serias dificultades para atender las necesidades de liquidez de su clientes, muchas startups que vieron como se había congelado el mercado del capital riesgo, de manera que se vio obligado a vender sus títulos de bonos del gobierno, los cuales habían pedido su valor debido a las subidas de tipos de interés, y el Signature Bank pagó su exposición a activos dudosos como las criptomonedas. La tensión se ha trasladado, en Estados Unidos, a través de una tendencia del público a trasladar sus depósitos de los bancos pequeños a los bancos grandes, generando de nuevo importantes tensiones de tesorería en mucha de esa banca de alcance regional.

El problema de fondo no se puede entender sin comprender la evolución de la política monetaria de los últimos años. Los tipos de interés nulos o negativos y las bajas rentabilidades de las inversiones invitaban a los bancos a comprar ingentes cantidades de deuda pública, que servían además de “activo seguro” debido al respaldo último que ofrecían los bancos centrales a través de sus políticas de expansión cuantitativa. Al mismo tiempo, la deuda pública, emitida en gran parte para financiar los rescates financieros de los años 2008 a 2012 y para reactivar la economía entonces y en 2020, generaron una enorme montaña de deuda que ha terminado, bien en el balance de los bancos centrales, bien en los balances de los bancos.

La subida de los tipos de interés de los últimos meses actúan no sólo enfriando la actividad económica, sino también rebajando el precio de los bonos, de manera que un bono comprado en 2020 a un precio de 100, hoy podría cotizar a 98. Las pérdidas no se reflejan automáticamente en los balances de los bancos, pero si el banco quiere vender sus bonos, tiene que reflejar estas pérdidas en la operación, y si estas pérdidas son cuantiosas, pueden ser suficientes para que el balance del banco quede seriamente deteriorado. Esto es lo que le ha ocurrido al SVB. Con los tipos de interés subiendo todavía, tras la decisión del Banco Central Europeo, el riesgo de que esta situación se amplíe es importante, ya que las subidas de tipos afectan en gran medida al valor de estos bonos.

La respuesta de política monetaria ha sido atípica: el gobierno norteamericano ha decidido garantizar todos los depósitos bancarios, sin límite, lo cual significa establecer una garantía ilimitada para todo el sistema bancario. En segundo lugar, ha decidido que los bonos que compre la Reserva Federal se contabilizarán al nominal y no al precio de mercado, de manera que si un banco necesita liquidez, va a contar con todo el respaldo de la Fed con independencia del valor de mercado de sus activos. El doble movimiento supone, en la práctica, una nacionalización de los riesgos bancarios por encima de los rescates establecidos en 2008 y 2009. El BCE no ha llegado, de momento tan lejos, pero es posible que, llegado el caso, ofrezca garantías similares.

En estas circunstancias, que implican la nacionalización del riesgo financiero, cabe preguntarse qué ofrece el sector financiero frente a esta garantía. La regulación parece, al menos en Estados Unidos, no haber sido suficiente para mantener los riesgos a raya. Conviene preguntarse si esta nacionalización de los riesgos no debería ir acompañada con una reflexión sobre el papel que juega el sistema bancario en nuestras economías. En una reciente tribuna, el ex gobernador de Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordoñez, ha reflexionado sobre la necesidad de acelerar los pasos sobre la implementación del denominado dinero digital seguro, una suerte de moneda digital respaldada por el Banco Central, que no necesitaría de la intermediación bancaria para terminar en los bolsillos de la ciudadanía, pues todos tendríamos una “cuenta” directamente en el Banco Central. De acuerdo con su visión, de existir esta moneda digital, las turbulencias financieras como las que estamos viendo dejarían de ocurrir, aunque ello implica una reformulación en profundidad sobre el papel que juegan los bancos en nuestro sistema financiero. Quizá haya llegado el momento de repensarlo. La experiencia de la crisis de 2008 a 2012, y las nuevas turbulencias, que esperamos no vayan a más, invitan a abrir de nuevo la reflexión y a pensar en cómo construir un sistema financiero más confiable y estable.